Los días pasados están marcados por la conferencia de prensa de Don Alejandro Toledo Manrique, en la que amenaza con una nueva Marcha de los Cuatro Suyos, que es de antología. Las expresiones de Toledo, nos muestran el nivel de "estadista" de nuestro ex Presidente, el reconocido cinismo histriónico que lo caracteriza, su léxico florido -en medio de un castellano mal hablado- su proclividad a subestimar la inteligencia ajena y el sentido común, del pueblo que alguna vez lo eligió y un mesianismo caricaturezco y huachafo -que con particulares estilos, es tan propio de nuestros líderes políticos- al amenazar con ponerse nuevamente la vincha y organizar una re-edición de la Marcha de los Cuatro Suyos si el Poder Judicial no archiva la denuncia en su contra, por fundados indicios de enriquecimiento ilícito y lavado de activos. En resumidas cuentas, sin rubor Toledo pretende petardear la precaria institucionalidad que tenemos, en función de sus intereses personales, bajo la creencia que las masas que alguna vez coincidieron con él en la lucha contra la dictadura -lucha en la que se encaramo con astucia y audacia- le van a dar su respaldo, cuando lo que hay es repudio y rechazo a sus contradicciones y a los indicios de sus pillerías.
El político que alguna vez represento la ilusión del pueblo por el caudillo, por el líder, por el estadista que construya ese país diferente que buscamos sin mayor éxito desde hace buen tiempo y que termino a pesar de su escaso porcentaje de popularidad, con un gobierno aceptable, pero con una imagen pública hecha jirones por no dar la talla como estadista; cree que sigue teniendo la credibilidad y el apoyo de las grandes mayorías nacionales, a partir de los contados aplausos de un grupo de ayayeros e incondicionales agrupados -como tantos otros- bajo un membrete que se parapeta en una inscripción en el JURADO NACIONAL DE ELECCIONES (JNE) y que hoy se suele llamar pomposamente "partido político". Alejandro Toledo ante la risotada general y sin miedo al ridículo marco con una sonrisa la semana.
Una sonrisa que se traslado al régimen de Ollanta Humala, porque el reconocimiento por Chile de que hubo espionaje y la "promesa" implícita, de que éste no se repetirá, es considerado un triunfo de la diplomacia peruana y por ende del gobierno. En realidad es una salida realista, profesional, "diplomática" y muy políticamente oportuna de la cancillería, en la que se acepta sin aceptarlo que hubo espionaje. Lo anterior, en la medida de que en esto del espionaje se da lo mismo que con la infidelidad. Todos saben que existe, el problema se da cuando se descubre.
Lo que cabe de aquí para adelante, más allá de las declaraciones líricas y de la retorica "por la hermandad y la unidad" entre nuestros pueblos, es de una vez por todas, reorganizar nuestros servicios del inteligencia, profesionalizarlo, ponerlo al servicio de los grandes intereses nacionales y no de aprendices montesinistas y de gobernantes hipócritas como Humala que tiene un discurso que difiere en 180° de sus actos políticos. Si lo que queda claro, es que entre los estados lo que prevalecen son sus intereses, desde la época del virreynato el predominio del pacifico es el tema de fondo, como lo fue en el pasado el guano y el salitre y lo será el agua en el futuro
El gran problema de nuestra pugna con Chile por el predominio del Pacífico y por el desarrollo, esta en nuestra falta de institucionalidad. Falta de institucionalidad que dicho sea de paso es una frustración histórica del estado peruano; por la mediocridad de la clase política -de la clase dirigente- en un contexto en el que el factor humano es determinante en el proyecto de nación. Un proyecto nacional en el que para mayor abundamiento, el mercantilismo y los intereses de grupo que se alzan por encima de los grandes intereses nacionales y la corrupción, terminan siempre por mostrar su influencia y su poder. Lo que nos hace una especie de republiqueta o de estado fallido. De pequeños estados fallidos si hablamos de lo que esta sucediendo en las regiones.
El término Estados Fallidos (Haiti, Somalía, Afganistan...) lo comenzó a utilizar la sociología norteamericana en los años cuarenta y retoma actualidad o mejor dicho interés académico, a partir de los noventa, tras el fin de la Guerra Fría, para estudiar o definir sociedades donde hay una precaria institucionalidad, violencia política y delincuencia, falta de infraestructura, corrupción, inflación, mortalidad infantil, crisis en los sistemas de salud y educación, limitaciones o incapacidad manifiesta en recaudación tributaria e inestabilidad política, expresada en ese movimiento pendular entre regímenes autoritarios o dictaduras y gobiernos democráticos.
Una sonrisa que se traslado al régimen de Ollanta Humala, porque el reconocimiento por Chile de que hubo espionaje y la "promesa" implícita, de que éste no se repetirá, es considerado un triunfo de la diplomacia peruana y por ende del gobierno. En realidad es una salida realista, profesional, "diplomática" y muy políticamente oportuna de la cancillería, en la que se acepta sin aceptarlo que hubo espionaje. Lo anterior, en la medida de que en esto del espionaje se da lo mismo que con la infidelidad. Todos saben que existe, el problema se da cuando se descubre.
Lo que cabe de aquí para adelante, más allá de las declaraciones líricas y de la retorica "por la hermandad y la unidad" entre nuestros pueblos, es de una vez por todas, reorganizar nuestros servicios del inteligencia, profesionalizarlo, ponerlo al servicio de los grandes intereses nacionales y no de aprendices montesinistas y de gobernantes hipócritas como Humala que tiene un discurso que difiere en 180° de sus actos políticos. Si lo que queda claro, es que entre los estados lo que prevalecen son sus intereses, desde la época del virreynato el predominio del pacifico es el tema de fondo, como lo fue en el pasado el guano y el salitre y lo será el agua en el futuro
El gran problema de nuestra pugna con Chile por el predominio del Pacífico y por el desarrollo, esta en nuestra falta de institucionalidad. Falta de institucionalidad que dicho sea de paso es una frustración histórica del estado peruano; por la mediocridad de la clase política -de la clase dirigente- en un contexto en el que el factor humano es determinante en el proyecto de nación. Un proyecto nacional en el que para mayor abundamiento, el mercantilismo y los intereses de grupo que se alzan por encima de los grandes intereses nacionales y la corrupción, terminan siempre por mostrar su influencia y su poder. Lo que nos hace una especie de republiqueta o de estado fallido. De pequeños estados fallidos si hablamos de lo que esta sucediendo en las regiones.
El término Estados Fallidos (Haiti, Somalía, Afganistan...) lo comenzó a utilizar la sociología norteamericana en los años cuarenta y retoma actualidad o mejor dicho interés académico, a partir de los noventa, tras el fin de la Guerra Fría, para estudiar o definir sociedades donde hay una precaria institucionalidad, violencia política y delincuencia, falta de infraestructura, corrupción, inflación, mortalidad infantil, crisis en los sistemas de salud y educación, limitaciones o incapacidad manifiesta en recaudación tributaria e inestabilidad política, expresada en ese movimiento pendular entre regímenes autoritarios o dictaduras y gobiernos democráticos.
Si el termino lo aplicamos a nuestra realidad, al proceso de regionalización, impulsado por el Presidente Toledo, en el contexto de una de sus tantas crisis de gobernabilidad. Si lo aplicamos a la problemática social que se genera en el interior del país, en las regiones o alrededor de proyectos como el de Tía María o Conga, tenemos que ese proceso de regionalización, de construcción de "pequeños estados" (little state building) ha fracasado, por la incapacidad del estado nacional de ser el ente directriz, articulador, regulador, fiscalizador e impulsor, de un proyecto nacional que haga viable y orgánica la regionalización.
Adicionalmente a lo anterior, lo que padecemos es la carencia de una clase dirigente provinciana con cuadros y capacidad técnico-profesional para llevar a delante el reto del desarrollo regional. Y es que lo que hay en el poder regional, mayoritariamente, son cacicazgos políticos, aventureros y demagogos en el poder regional; corrupción, crisis social y inestabilidad política, que termina castrando el Estado-Nación y haciendo inviable el proyecto nacional, por la incompetencia de los gobernantes, en un papel que es a veces -por no decir siempre- decisivo, en un país con una crisis de liderazgo. Porque ya no hay políticos de solera. Lo que hay son "Caudillos de a China".
Hoy hablamos de progreso social, de que seguimos creciendo, pero ignoramos que así como hay etapas de crecimiento, progreso y prosperidad, hay periodos de estancamiento, de regresión, de enfriamiento de la economía, que tienen que ver con los valores y la capacidad de los gobernantes y con factores históricos, sociológicos y políticos, que pueden generar una crisis del estado nacional, si no se establecen por ejemplo, esfuerzos por la institucionalidad, esfuerzo por una verdadera democratización, inclusión y distribución o como en el caso que nos ocupa, modificaciones a la Ley de Regionalización, que permitan controlar y rectificar errores de los gobiernos regionales e imponer el interés nacional y el Estado-Nacional sobre las regiones.
A tenor de lo anterior, en el marco de la solicitud de facultades del ejecutivo, para legislar en temas como el de la Regionalización, queda claro que necesitamos reformas políticas urgentes como la de la Ley de Regionalización, pero que sean fruto del consenso de las fuerzas expresadas en el Congreso, de los especialistas y de los técnicos, en un contexto en el que se necesita también, imaginación y capacidad de negociación y de creación de consensos, con operadores calificados, que el Gobierno de Ollanta Humala no tiene. Teniendo las posibilidades, los recursos para salir del subdesarrollo y de la pobreza en determinadas regiones del país, resulta absurdo no encontrar el punto medio entre los actores políticos que giran alrededor de los grandes intereses nacionales.
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