domingo, 19 de octubre de 2014

N° 376 - LA TÍA THELMA

LA VENTANA EN SUS 95 AÑOS:



Este es un espacio para las ideas. En realidad, antes que un espacio para las ideas, es mi espacio para las ideas. Para cincelar en el papel lo que pienso, lo que siento, lo que espero. Un lugar en el ciberespacio, para recordar o para que saquemos  juntos -con las personas que tienen un lugar  en mi vida- del baúl de los recuerdos, aquellas cosas que nos unen. Esas pequeñas cosas, que hacen que un beso, una mirada, una palabra o un abrazo tenga el sabor y el color de la vida.

Hace tiempo que encontré en éste pequeño mundo, que llamo JMN DESDE SU TRINCHERA, que en la modernidad viene a reemplazar alrededor de una PC a mi "Lulú" , a mi vieja maquina de escribir HALDA de 1955, que me acompaño durante gran parte de mi vida y que hoy  que esta jubilada, se luce como una de las piezas que más quiero de mi museo personal. En sus buenos tiempos, cuando iba por lo menos tres veces por semana al Aeropuerto de México para dejar mis artículos a peruanos que venían a Lima para que mi familia los leyera frescos; "Lulú" era una pretenciosa maquina de escribir, a la que saludaban con cariño, los huéspedes de la pensión  en la que yo vivía en la  Alvaro Obregón en el D.F, al verla coquetona, con su lacito sobre la tapa, haciendo las veces de mi secretaria bilingue (mexicano y peruano)  escribiendo mis artículos para "EL UNIVERSAL", que es también en mi corazón "El gran diario de México"  y donde de  Don Paco Ignacio Taibo I y de la escuela periodística mexicana, aprendí lo que aprendí en México: A priorizar la información a la retórica y al estilo, que es algo de lo que hoy reniego en los diarios peruano, que  no dan la información completa.

Pocas veces, en ésta  trinchera, que resulta tan quijotesca como mi vida, donde escribo generalmente sobre política, sobre las frustraciones y los deseos por un país que mi padre me decía que como él tampoco veré porque va a seguir siendo el mismo; pocas veces digo, escribo sobre personas. Y la respuesta es muy simple, esos textos no se piensan, salen del corazón, terminan siendo puro corazón, tocando el alma para sacar ese impulso vital, que nos hace poner en el papel lo que sentimos. 

En el contexto anterior, la mera verdad es que, escribiendo en "mi trinchera", he encontrado a mis años, la mejor manera de decirle a determinadas personas, que las quiero, que están en mi vida. Que nunca me fueron indiferentes.  Y en mi vida, para no darle largas al asunto, un lugar especial, la tienen mis primos hermanos por parte de madre. El Nano y el Chulín, con quienes pase la infancia y parte de la adolescencia juntos, viendo como la luna nos perseguía, eso nos marco y nos unió emocionalmente para siempre.

Hoy Nano, Reynaldo Navarrete Lau, ya no está. Pero esta su madre, la Tía Thelma, que cumple 95 años. Y como no estoy donde debería estar, acompañándola; porque el Coktail de fresa que experimento agradablemente mi mujer con la receta de la comadre y las cervezas y el pastel y la comida, en la celebración de la mayoría de edad de mi primer hijo -que en realidad no se si será el mayor, pero al menos es el primero que firme y a los otros, si los tengo, como padre responsable que soy, "tienen su papá"-  hicieron estragos. Y ante esa ausencia, sentí la necesidad de utilizar esta forma de expresarme, de estar junto a ella, para celebrar su cumpleaños. Una manera de estar todos. De reunirnos imaginariamente con el Nano, con el Tío Reynaldo, con la Maricucha, con la Tía Rosa, con la Tía Carmen, con el Tío Coco, con la Chana y el Tío Lucho y el Tío Raúl. Una manera de volver a la foto que tengo con el abuelo Felipe y su borroso recuerdo. De traer a la mente a la abuela, Luisa siempre callada como mi madre, sentada en su máquina cosiendo y haciendo sus muñecas de dos cabezas, de la que nadie conserva ni siquiera una. De acordarme cuando con el Nano y el Chulín -que comía pan con plátano y chicha-, fisgoneábamos las timbas de los domingos, desde ese imponente arco por donde se ingresaba al comedor de la casa de los abuelos y que para mí arquitectonicamente tenía mucho valor.  

Esa casa de mis abuelos en Pueblo Libre, en la Magdalena Vieja, era una casona de estilo republicano de principios del siglo pasado, que tenía su higuera y su "pampa", que era el nombre que la familia le daba al patio, donde había una tortuga y una lora que hablaba hasta por los codos; donde jugábamos con las cucarachitas martinas que había en los corrales, donde sacábamos huairuros  del techo, un techo donde también veíamos los eclipses con los negativos de las cámaras fotográficas . 

En esa "Pampa" había una pequeña ventana que conectaba la casa del Tío Reynaldo -el hermano de mi mamá-  con la casa de los abuelos.  Esa ventana por donde asomaba la Tía Thelma era mágica.

 Yo he visto que por allí aparecía y desparecía el Nano, que pasaban platos de Conejo que eran todo un manjar y que la Tía Thelma preparaba -me imagino- con una receta secreta, porque nadie más que ella cocinaba conejo en la familia de mi madre. Por esa ventana, llamábamos silbando con el Chulín, al Nano; con un   sonido característico que solo los tres conocíamos y que era el toque de diana para reunirnos a jugar pelota en el parque, donde el más malo de los tres era siempre yo. Eso, el salir a jugar era menudo gran problema: La Tía Thelma siempre fue con mis primos -con el Nano y con Thelmita- una madre preocupada y constante cuando de estudio se trataba. Allí estaba, repasandoles y repasandoles, haciendo la tarea con ellos, dale y dale; lo que además de hacer que sus hijos tuvieran siempre buena notas, lamentablemente recortaba el tiempo para jugar, nos hacía esperar inquietos o estar regresando y silbando persistentemente para que el Nano se nos uniera en el Parque, frente al Cuartel del "2 de Artillería", donde sirvió Perico León, cuando estuvo en el ejercito, al que todos le pedían la antorcha en el aniversario del cuartel, porque era uno de los mejores jugadores de fútbol de la época. 

Lo que siempre esperaba yo, como acontecimiento en el año, era el santo del Tío Reynaldo, el esposo de la Tía Thelma, el papá de Nano. El 30 de Agosto era su cumpleaños, había serenata en su puerta y música criolla y yo iba "en representación" de mi papá, con la Maricucha (mi madre) y la pasaba bien y me amanecía. Hasta mis vasos de cerveza me tomaba.

Hoy la Tía Thelma cumple 95 años, vital, entera, sana, lúcida y tan conversadora como siempre. Motivo de alegría para sus hijos, nietos y bisnietos y para todos los que la conocen y la quieren. Se que allí estará el Nano, que me hubiera gustado encontrarme con el Chulín. Que juntos hubiéramos recordado ese millar de travesuras que solo nosotros conocíamos y que también quedaba en nosotros, porque era  una especie de "secreto militar" en nuestra infancia. De esa ventana  por donde sacaba el Nano la cabeza, por donde salían esos ricos platos de conejo, meto imaginariamente mi corazón en una hoja de papel, para decirle a la Tía Thelma, que la quiero. Que los cumplas muy feliz. 



  

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