La vida de mi familia y por ende mi vida, esta marcada por su relacion con una empresa a la que mi padre le dedico su vida. Una compañía que tiene el sello personal de un hombre, de un apellido y una familia, entregada a la tarea de hacer país con visión de futuro; al desarrollo exitoso de la actividad minera, con el compromiso de elevar el nivel de vida de la población circundante a las zonas donde desarrollan sus actividades y a generar trabajo para miles de familias peruanas. Eusebio Mansilla Barrientos, mi padre, fue por muchos años, Contador General de Buenaventura y uno de los hombres que estuvieron en la etapa inicial de la empresa que fundara Don Alberto Benavides de la Quintana. Por esas circunstancias, mi infancia transcurrió entre el viejo local de la empresa, en un segundo piso de la Cdra. 9 del Jr. Azangaro (un edificio que ya no existe) donde yo jugaba despreocupadamente con esas antiguas máquinas de cálculo de manivela. Tiempo después, de allí se pasó al amplio local de la Plaza Washington, donde me entretenía entre el patio de descargas y la estación de radio, en la que escuchaba anonadado a Don Juanito Carrión, comunicándose con la mina a la voz de "Chaccua..Chaccua...aquí Lima, Cambio". Un ritual en el que el nombre de "Chaccua" cambiaba con tonos diferentes por "Julcani" , por "Orcopampa" o "Huachocolpa" y que resultaba un espectáculo bastante divertido para mi.
En la Plaza Washington, que queda entre las avenidas Arenales y Arequipa y frente a la Residencia del Embajador de Estados Unidos, el monumento era circundado por un gran banco oval de cemento, que tenía eco y donde uno podía jugar con su propia voz o escuchar lo que hablaban los que estaban al otro extremo. Cuando hace algunos años, vi la Plaza sin esa estructura oval, algo de mi infancia se indigno por el atentado a tan venerable recuerdo. En ese local cuando acompañaba a mi padre -antes que se pasara el Departamento de Contabilidad al costado de la casa de España en la misma Plaza- solía ver pasar a Don Alberto Benavides por los pasillos, apurado, siempre bonachón. Yo husmeaba en la entrada de su oficina y por esos días, esperaba el fin del año, los regalos de navidad y las celebraciones. Cuando ya mayor he ido de visita al local de Mario Villaran, al que mi padre no llegó; siempre me invadió un sentimiento de nostalgia por los momentos vividos; cuando me dieron un cheque de doce soles -que en ese entonces era un buen dinero- por lo que fue mi primer trabajo, por haber revisado unas cuentas o porque esa sinfonía de ruidos y movimientos en el patio de descargas, sumada al ritual de la comunicación por radio de Don Juan Carrión, eran parte de mi vida y me hacían feliz.
Don Alberto Benavides de la Quintana ha muerto está tarde (Miercoles 12) a los 93 años y no puedo dejar de sentir pena, por el deceso de un hombre al que mi padre conoció en su verdadera dimensión y que conjuntamente con mi madre, nos enseño a respetar y a apreciar por sus calidades personales y su capacidad profesional y empresarial. Mi padre conoció al Ingeniero Benavides en 1939, en la Mina Atacocha, cuando Don Alberto era estudiante del Segundo año de Ingeniería, de lo que en ese entonces, era la Antigua Escuela de Ingenieros del Perú. En 1952 Don Mario Samame Boggio, con quien también trabajo mi padre, lo puso nuevamente en contacto con Don Alberto; que en ese entonces, asumía el reto de fundar Buenaventura, al arrendar Julcani con opción de compra a la Cerro de Pasco Corporatión.
Mientras vivió mi padre, de esa etapa fundacional de Buenaventura, hay una historia que él y el Ingeniero Benavides siempre repetían; y que hace dos años -cuando lo visite por última vez- se la volví a escuchar a Don Alberto. Era el 06 de Febrero de 1952 (Buenaventura como tal se fundo un año después) los ingenieros de la Cerro de Pasco Corporatión habían dejado Julcani y Don Alberto y mi padre se quedaron solos en la mina, pues el Ingeniero Elmer Vidal -otro de los fundadores de Buenaventura- había viajado a Lima. En medio de esa soledad, una copiosa lluvia comenzó a caer en Julcani y a ambos les invadió un sentimiento de incertidumbre -que indudablemente los marco de por vida- por lo que significaba la empresa que se emprendía y lo que implicaba el futuro. Entre cafés y temas de conversación que iban y venían, buscando disipar la tensión del momento, ambos acordaron poner un poco de música para alegrarse.......Y la primera noticia que escuchan es "Ha fallecido JORGE VI de Inglaterra", lo que les resulto irónico y risible.
La muerte de Don Alberto Benavides de la Quintana, es indudablemente una gran perdida para la minería peruana y para el país. Su visión empresarial, su capacidad profesional y su calidad humana, quedan grabadas en su obra, en lo que es y representa Buenaventura para el Perú. Hace 32 años cuando murió mi padre, Don Alberto escribió un afectuoso y sentido artículo en EL MUQUI (la revista de Buenaventura) sobre él. Hoy me toca a mi, lamentablemente, escribir sobre el sentimiento de pesar, que nos genera a mis hermanos y a mi su deceso. Nos quedamos con esa tarde de Febrero de 1952; con mi madre hablando con afecto y admiración de Doña Elsa, mientras encargaba las flores por su cumpleaños. Con esos puros sobre su escritorio due Don Alberto siempre tenía y con esa sencillez y hombría de bien que lo caracterizo a lo largo de su fructífera existencia.
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