En una sociedad como la nuestra, la falta de institucionalidad, la precariedad de valores éticos y morales, la existencia de una cultura de la viveza que prevalece sobre una frágil cultura cívica y política, donde lo que se prioriza, es el interés personal o de grupo, sobre los intereses de las mayorías. La política o el ejercicio de la acción política -sin partidos, sin una clase dirigente en el verdadero sentido del término, con liderazgos que terminan desdibujándose en la demagogia y el populismo; donde lo que impera es la mediocridad, el oportunismo y el servilismo militante- se ha envilecido y desprestigiado.
Vivimos una democracia formal, electoral, en la que sin un proyecto definido de nación, el ejercicio del poder termina en manos de la economía, de los intereses que predominan en el modelo impuesto y vivimos o sufrimos gobiernos como el de Humala, donde la improvisación, la falta de ideas, la corrupción y los intereses particulares, se articulan en un proyecto político familiar, que llegando como la "opción del cambio" busca mantenerse en el poder, bajo banderas supuestamente "nacionalistas" y dentro de una democracia parlamentaria, de personajes de antología, que tienen la responsabilidad de evacuar las normas sociales (leyes) que regulan la sociedad y el estado. El problema es que detrás de esa representatividad, de esa labor legislativa (que también le compete al ejecutivo) de esas normas, hay poder e intereses. Un poder y un interés que a lo largo de nuestra historia ha sido por lo general usado en beneficio propio.
Si uno analiza el caso del resguardo a la vivienda de López Meneses o el aumento de los sueldos de los ministros (que sin vuelta atrás) es una muestra de autoritarismo y de un arbitrario poder que desconoce su procedencia popular y la inconveniencia de semejante aumento. Si uno se detiene en lo expresado por la Congresista Cenaida Uribe, sobre su negada relación con el dueño de PUNTO VISUAL y su trafico de influencias o la defensa de Lourdes Flores a un personaje como Secada, que lo menos que trasluce como individuo, es la falta del equilibrio emocional necesario para tomar decisiones de estado. Si uno se detiene en la conducta política de un simple Secretario General Nacional de un partido cualquiera, que sabiendo que una dirigente juvenil, no tiene los requisitos para asumir un cargo, la mantiene ilegalmente para someterla o manipularla en función de sus propios intereses: En todos estos casos estamos frente a un problema ético, que tiene un marco político que desnaturaliza el ejercicio del poder que en mayor o menor grado detentan los actores.
El gran problema del mundo actual, de la política criolla en general. De lo que viene en las próximas elecciones municipales o en las Elecciones Generales del 2016, es que el bienestar general, la inclusión, el progreso, las mejores condiciones de vida y la seguridad; se quedan en el marco teórico, en la retórica, en la abstracción ideológica y el discurso político, que puede ser propio de la religión o de la filosofía. Una propuesta que se queda en el ideal de lo que debería ser. Pero que no se traduce ni se convierte en realidades tangibles, visibles, objetivas. En veracidad y en verdad. En ese progreso material que debe encarnar y materializar la política.
Aquí hay un primer problema que tiene que ver con la sinceridad de las promesas, con la capacidad del político y sus valores, con la subestimación del elector por quienes nos gobiernan, por considerarnos vulnerables o manipulables a la delegación del poder que otorgan; por ser esta una sociedad ignorante o sin capacidad de reacción frente al uso y el abuso del poder que delega. Una consideración que de una u otra manera, hay que repetirlo hasta la saciedad, reproduce el escenario que tienen las cúpulas partidarias al interior de los partidos, donde los oportunistas, los ayayeros y los serviles que abundan, hacen sus grupos y se alinean en función de su poca inteligencia, de su escasa capacidad y de sus grandes intereses. Con partidos sin una amplia base social, con partidos tomados por minorías que se quedan en la sensualidad y la arrogancia de la posibilidad de poder o de poder real, incapaces de materializar las necesidades de las mayorías nacionales, la moral social objetiva se ve sustituida por la individual y el individuo cree o termina creyendo que lo que hace es bueno no solo para el sino para la sociedad.
Los "fines superiores de estado" que se esconden detrás del ilegal resguardo a la casa de López Meneses; las ideas de una brillante voleyvolista pero mediocre y torpe política, que cree que "hace su trabajo", que no hay nada ilegal en favorecer a la pareja que niega públicamente, porque todo se limita a usar la palabra de moda y llamar "delincuente" a quien la acusa. La absurda actitud de Lourdes Flores Nano de minimizar una agresión de Secada, bajo el paraguas de la brillantez intelectual y de la juventud, por el juego interno del poder; o por último, en el caso del dirigente que mantiene una ilegal y nula nominación para utilizarla, someterla o controlarla en un beneficio que cree que es partidario y para el éxito de su gestión. En todas estas decisiones, lo que prima es el argumento fallido de que "el fin justifica los medios".
Y lo concreto y lo real, es que desde nuestra perspectiva en congruencia con el pensamiento de Kant, el hombre debe ser tratado como un fin y no como un medio; que hay una dialéctica indisoluble entre los fines y los medios. Que el patrón para medir la licitud de una acción tiene que ver con la persona humana y con principios éticos que van más allá de la visión personal y que se encuentran íntimamente ligados a su responsabilidad con lo social, con el interés común. Un medio siempre se va a justificar con algún fin, pero como decía Hegel, eso de que "el fin justifica los medios" resulta trivial. Si casos como los que comentamos en éste artículo, se terminan diluyendo por el interés personal o de grupo, por el manejo político de la perpetuación, del control del poder o de la dominación, seguiremos de elección en elección comprando humo. Sin capacidad para construir una clase dirigente que le de a nuestros hijos el país con el que soñaron algún día los que nos antecedieron en el tiempo. Con una sociedad sin valores éticos ni morales, sin educación, ni cultura, el crecimiento o la bonanza económica, termina como siempre favoreciendo a los pocos que concentran o se acercan al poder. Lo demás es historia conocida.
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