Cuando leí las memorias del Embajador García Belaunde sobre el diferendo limítrofe con Chile y el fallo de La Haya, lo primero que pensé es que nuestro Embajador esta reeditando un valioso documento histórico, como lo hiciera en 1879, su colega, Don JOSÉ ANTONIO DE LAVALLE, Embajador Plenipotenciario del Perú en Chile, quien recibió como encargo del Presidente Prado, el interponer sus buenos oficios ante las mapochos para evitar una guerra entre Chile y Bolivia; conflicto que de una u otra manera nos terminaría perjudicando.
Lo valioso de estas memorias, de documentos como éstos, es que como podrá comprobar el lector con esta reseña y dentro de la perspectiva histórica (el libro de Lavalle fue publicado en 1979, por el Instituto de Estudios Marítimos del Perú, con un tiraje de 2,000 ejemplares) de cara al futuro; lo relevante es que estamos frente a una información de primera mano, mucho más apegada a la realidad de los hechos, que termina fracturando mitos y medias verdades y nos acerca, por la pluma de su protagonista, a la verdad histórica.
El libro de Don José Antonio de Lavalle, rompe por ejemplo, con la creencia de que los chilenos se opusieron sin razón ni derecho al impuesto y posterior expropiación del Presidente Hilarión Daza, de la Compañía Autónoma del Salitre y Ferrocarriles de Antofagasta del que nos hablan en secundaria los libros de historia. Lo concreto y lo real es que chilenos y bolivianos habían firmado en 1874, un tratado que supuestamente buscaba sanjar el diferendo limítrofe y mantenía el límite entre ambas naciones en el paralelo 24°; pero el tratado establecio en su artículo 4°, que por 25 años no se podían incrementar tributos en las personas, industrias y capitales chilenos, entre los paralelos 23° y 24°.
El Presidente Daza, que era una especie de Nicolás Maduro para esas épocas, desconoce estólidamente el tratado firmado, subestima a Chile por su insistencia diplomática para tratar su diferendo con Argentina por la Patagonia y confía en que el Perú, en razón del Tratado Defensivo Secreto (que no fue para nada secreto) que suscribieran en 1873 y que no fue ratificado por el Congreso, iba a respaldar a Bolivia sin condición alguna.
El Presidente Daza, que era una especie de Nicolás Maduro para esas épocas, desconoce estólidamente el tratado firmado, subestima a Chile por su insistencia diplomática para tratar su diferendo con Argentina por la Patagonia y confía en que el Perú, en razón del Tratado Defensivo Secreto (que no fue para nada secreto) que suscribieran en 1873 y que no fue ratificado por el Congreso, iba a respaldar a Bolivia sin condición alguna.
Desde el punto de vista geopolítico, el Perú a pesar de que la causal era responsabilidad de Bolivia, no podía ser imparcial, no podía darle la espalda a Bolivia o dejar a ésta librada a los intereses chilenos, para que a posteriori, estos dos países, se aliaran contra el Perú, para darle a Bolivia una salida por Arica que era un acceso mucho más cercano que el de La Paz a Antofagasta. En el contexto descrito, ante la intransigencia y el capricho de Daza, con la aplicación del impuesto, la expropiación y la absurda declaración de beligerancia (Si Perú estaba militarmente mal, Bolivia estaba en nada) Chile encontró el pretexto necesario para invadir la Provincia de Litoral y hacerse sin mucho esfuerzo de las riquezas que ya sus connacionales explotaban. Con histriónico y caricaturezco patrioterismo y demagogia, así como un falso sentido de la realidad, Hilarión Daza ignora que el 95% de la población y de los capitales en esa zona son Chilenos o británicos y que desde La Paz se hacia la distancia en quince días mientras que un par de días era la travesía desde Chile. Daza con quien la historia no es complaciente, sin sentido de estadista, con su decisión es el que causa la mediterraneidad de Bolivia.
Las memorias de Lavalle tienen 135 años después una actualidad impresionante, no solo desde el punto de vista de nuestra precariedad militar, sino de las formas, maneras y estrategias de la diplomacia sureña, cuyo discurso político difiere de sus hechos. El Embajador Lavalle, gran amigo del Presidente Pardo, le critica a éste su ceguera de no comprar buques que equipararan el poder de fuego de los blindados chilenos, en una época en la que el predominio de la Guerra se definía en el mar. Y muestra en un texto equilibrado, y bien escrito, su malestar ante la inacción de la clase política nacional por la compra de los mapochos, de cañones Krupp de última generación, por más que el país estuviera en crisis económica y financiera.
En lo sustantivo, la solución al conflicto estaba en someter la cuestión a un arbitraje, pero este procedimiento era inviable, invadido el territorio boliviano, declarada la guerra a Chile por parte de Bolivia. Reivindicado por Chile militarmente, un territorio que decía suyo, era muy difícil que se retirara de los territorios ocupados y que Bolivia sin que las tropas chilenas salgan del país, derogara el impuesto y la posterior expropiación que había generado el conflicto. Según el relato de Lavalle las exigencias de uno y otra era irreconciliables y por tanto difícil la posición del Perú, por mas que en privado, altos funcionarios chilenos o miembros importantes de la clase política, como Domingo Santa María por ejemplo, fueran claros en señalar las graves consecuencias de una guerra entre el Perú y Chile.
Lavalle es preciso en señalar las razones políticas y financieras que empujan a Chile a una guerra entre el Perú y Bolivia, sobre todo contra nosotros (que parece ser el objetivo en la lucha por el predominio del Pacífico) porque el desprestigio del gobierno por el manejo de la situación con Argentina, la renovación del Congreso y las presiones de los intereses económicos alrededor del negocio del guano y del salitre, parecen conducir la situación en una sola dirección que no lastime el orgullo nacional y esta es, la de hacer la guerra a países más débiles, menos institucionalizados y que son (como en el caso del Perú) competencia directa en el predominio del Pacífico Sur.
Para Lavalle y sobre todo para los intereses peruanos, la misión era bastante difícil y las consecuencias previsibles. Desconocer el tratado hubiera significado una alianza chileno-boliviana, por la que Tacna y Arica pasarían a ser la compensación por Antofagasta y Cobija. Mención aparte merecen conversaciones privadas de Lavalle con el Presidente Anibal Pinto para quien Chile no ocupo territorio boliviano alguno, sino que reivindico los propios y en el sentido que no podían ir en contra de los sentimientos del pueblo y de la opinión pública chilena. Al final, Chile una vez que queda formalizado el conocimiento del "Tratado Defensivo Secreto" entre Bolivia y nuestro país, le declara la guerra al Perú.
Por esas ironías dela historia uno de los actores diplomáticos de esos tiempos es el Embajador Chileno Carlos Walker Martínez, que quien sabe si es ancestro del ex Canciller Chileno y una de las cosas que a muchos debe sorprender es que JUAN DE ARONA que es el nombre de una calle de san Isidro, era el seudónimo de Don Pedro Paz Soldán y Unanue, un personaje importante de nuestra literatura y la política de esos tiempos. En lo que se refiere a Don José Antonio de Lavalle, fue un diplomático y un político importante, llego a ser congresista, suscribio el TRATADO DE ANCÓN, fue prisionero en Chile por más de un año y es una de las figuras poco conocidas pero relevantes de esa dolorosa etapa de nuestra historia.
Finalmente, haciendo un poco de política ficción, especulando, yo me atrevo a pensar que la inteligencia británica, cercana a la DINA, ha tenido activa participación en conocer el fallo por anticipado, que el miembro chileno en el tribunal, fue importante y que como se desprende del artículo de VELAVERDE de la semana pasada, fue un error no haber nombrado un connacional en el cargo.
En lo sustantivo, la solución al conflicto estaba en someter la cuestión a un arbitraje, pero este procedimiento era inviable, invadido el territorio boliviano, declarada la guerra a Chile por parte de Bolivia. Reivindicado por Chile militarmente, un territorio que decía suyo, era muy difícil que se retirara de los territorios ocupados y que Bolivia sin que las tropas chilenas salgan del país, derogara el impuesto y la posterior expropiación que había generado el conflicto. Según el relato de Lavalle las exigencias de uno y otra era irreconciliables y por tanto difícil la posición del Perú, por mas que en privado, altos funcionarios chilenos o miembros importantes de la clase política, como Domingo Santa María por ejemplo, fueran claros en señalar las graves consecuencias de una guerra entre el Perú y Chile.
Lavalle es preciso en señalar las razones políticas y financieras que empujan a Chile a una guerra entre el Perú y Bolivia, sobre todo contra nosotros (que parece ser el objetivo en la lucha por el predominio del Pacífico) porque el desprestigio del gobierno por el manejo de la situación con Argentina, la renovación del Congreso y las presiones de los intereses económicos alrededor del negocio del guano y del salitre, parecen conducir la situación en una sola dirección que no lastime el orgullo nacional y esta es, la de hacer la guerra a países más débiles, menos institucionalizados y que son (como en el caso del Perú) competencia directa en el predominio del Pacífico Sur.
Para Lavalle y sobre todo para los intereses peruanos, la misión era bastante difícil y las consecuencias previsibles. Desconocer el tratado hubiera significado una alianza chileno-boliviana, por la que Tacna y Arica pasarían a ser la compensación por Antofagasta y Cobija. Mención aparte merecen conversaciones privadas de Lavalle con el Presidente Anibal Pinto para quien Chile no ocupo territorio boliviano alguno, sino que reivindico los propios y en el sentido que no podían ir en contra de los sentimientos del pueblo y de la opinión pública chilena. Al final, Chile una vez que queda formalizado el conocimiento del "Tratado Defensivo Secreto" entre Bolivia y nuestro país, le declara la guerra al Perú.
Por esas ironías dela historia uno de los actores diplomáticos de esos tiempos es el Embajador Chileno Carlos Walker Martínez, que quien sabe si es ancestro del ex Canciller Chileno y una de las cosas que a muchos debe sorprender es que JUAN DE ARONA que es el nombre de una calle de san Isidro, era el seudónimo de Don Pedro Paz Soldán y Unanue, un personaje importante de nuestra literatura y la política de esos tiempos. En lo que se refiere a Don José Antonio de Lavalle, fue un diplomático y un político importante, llego a ser congresista, suscribio el TRATADO DE ANCÓN, fue prisionero en Chile por más de un año y es una de las figuras poco conocidas pero relevantes de esa dolorosa etapa de nuestra historia.
Finalmente, haciendo un poco de política ficción, especulando, yo me atrevo a pensar que la inteligencia británica, cercana a la DINA, ha tenido activa participación en conocer el fallo por anticipado, que el miembro chileno en el tribunal, fue importante y que como se desprende del artículo de VELAVERDE de la semana pasada, fue un error no haber nombrado un connacional en el cargo.
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