
Hay tiempo para todo en la vida; tiempo para vivir, tiempo para sufrir, tiempo para estar alegre, tiempo para leer, tiempo para pensar y tiempo para morir. En la vida, los sentimientos por lo general nos desbordan el alma y los seres humanos terminamos así, expresando finalmente en ellas, esos actos que son el resultado del pasar del tiempo y que se convierten por arte de birlibirloque, en un juego de palabras, que no es otra cosa que la vida misma.
Mi vida en ese sentido, esta marcada por un sentimiento que me fue invadiendo el alma, que nació cuando escuchaba a mi padre hablar (lo poco que hablaba) sobre sus padres y la vida en México; cuando tenía entre mis manos fotos y documentos de mis abuelos (que aun conservo) del México de principios del siglo pasado; cuando de niño había siempre en casa un ejemplar de Excelsior que no se como llegaba, pero que me unía imaginariamente a un país en el que nació mi padre y que sentía parte de mí. Yo comencé así, entre las fotos y los viejos papeles de los abuelos y las evocaciones de mi padre, a sentir admiración por la gente que deja su país y se afinca en otras tierras; a valorar a las personas que son inmigrantes y que aman o que se integran a las costumbres de la tierra que los acoge y que como mi abuela Graciana, que era de Tehuacán - Puebla, murió en el Perú, añorando la tierra en la que nació, en tiempos donde la apendicitis era mortal.
Hincha yo del glorioso Sport Boys del Callao, un jugador rosado, Don Juan Leturia, volante de marca, que se que hoy vive en Estados Unidos; se fue a jugar a México, al Pachuca; era 1965 o 1966 y cuando busque un mapa para ver donde quedaba Pachuca; tas encontrarlo, me juré a mi mismo, que algún día iba a conocer ese lugar. Cuando lo conocí había pasado por allí el Alcalde de Lima, Don Juan Mujica Gallo y en un museo de la ciudad estaban las llaves de la Ciudad de Lima y otros documentos de la visita de una autoridad local. Yo había cumplido mi sueño no solo de conocer Pachuca sino de vivir en México.
Aunque por ascendencia mexicana y por tener familia en México, en Córdoba (Veracruz) y también amigos, que son como mi familia, siempre encontré mucha receptividad y afecto que me auguraba quedarme a vivir allí; eso nunca estuvo en mis planes, porque yo estoy muy ligado a ese sentimiento de amor-odio, que implica ser peruano, a esa lucha por superar la frustración que implica construir un país mejor. A una cultura, a una historia y a unos muertos que son míos y que están aquí.
Si mi infancia estuvo anudada a ese cuerda imaginaria que me fue llevando a descubrir el país; mi vida en México me marcó. Hoy no puedo dejar de emocionarme ante cualquier expresión cultural que me recuerde un país, una nación, una cultura que amo y que siento dentro o el ver flamear una bandera, que aunque no es la mía, es un símbolo, un nombre y un sentimiento que también llevo dentro de la piel. ¡Feliz Día de la Independencia México!
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