sábado, 11 de mayo de 2013

N° 291 - LA MARICUCHA

MIS COMPAÑEROS DE VIAJE:

Conocí a la Maricucha un 23 de Septiembre de 1956, en ese entonces ya tenía dos hijos bastante mayores.  Yo la recuerdo  haciendo las labores del hogar, cantando o escuchando sus radionovelas -mientras yo jugaba con boliche como canicas-; hablando de  cuando era niña y Don Augusto B. Leguía visito el Museo Bolivariano con el Presidente de Venezuela  o rememorando sus días y su vida en la mina.  A pesar de conocer las historias de tanto oírlas  en diversas épocas de mi vida; yo solía  escucharlas siempre, con la misma novedosa atención, con la que la Tía Rosa veía el "Manto Sagrado" o "Ben Hur" en cada Semana Santa y con el mismo placer, con el que de niño la acompañaba a la casa de su madre, para compartir la fiesta que significaba ver nacer a los hijos de su hermanas menores.

Tengo hasta ahora, a pesar del tiempo transcurrido,  el sabor y el olor de solemnidad y de calor familiar de esa  casa paterna de la Maricucha, construida a principios del siglo pasado y de cuya republicana arquitectura ya hoy  no queda nada. 

La Maricucha era feliz,  me consta. Me lo dijo cuando murió su compañero por más de cincuenta años. Su esposo fue una persona que  marco mi vida. Solía conversar con él, con las luces apagadas, metiendo mi cabeza en su costado. Yo preguntaba y mi agora respondía. Aunque como pareja se llevaban bien, debo de reconocer en honor a la verdad, de que como familia resultaron bastante aburridos. Pocas veces salíamos juntos, en familia (tal vez eso explique muchas cosas) con sus hijos y no había mucha chispa ni  humor entre ellos. 

Lo que me gustaba de ella, es que no hablaba demás, ni tampoco de menos. Eso resaltaba su figura  y le daba un aire de mujer sensata, interesante, y educada, aunque como la mayoría de mujeres de su generación no lo fuera. Jamás la vi hablar con la  suficiencia y la audacia de los ignorantes, de lo que desconocía; ni ser una mujer rencillosa o rencorosa  De ella aprendí a desterrar de mi espíritu el sentimiento de venganza y a esperar que frente a la vida, el tiempo hiciera lo suyo y sacara las cosas o la verdad a luz. Esa es su mayor enseñanza.

Hoy que comparto la vida con mi mujer -(tal vez lo único que es real, absoluto y totalmente mío) y con sus hijos, que también son míos, aunque no me hace mucha gracia, porque cuando vez gente crecer e imponer la fuerza de su juventud y usan tu perfume,  se llevan tu crema de afeitar o te dejan sin yogurth y captan la atención de tu mujer; sientes no solo que has  perdido tu privacidad, sino que te vas volviendo viejo-  me cuesta entender esa relación; en la que aunque todo estaba aparentemente bien, no hubo un elemento integrador, unificador y donde cada quien andaba en lo suyo. 

Yo de niño salía con el marido de la Maricucha, los fines de semana a todas partes; pocas veces salí con ambos o salimos los cinco a la vez, de reventon, a pasear o a compartir. Debo de reconocer que de su mano (de la mano del esposo de la Maricucha) conocí  Lima.....y comí siempre rico. La diferencia era bien marcada; mientras que con la Maricucha era un cono de helado, con él era un Peach Melba o un Fosh o un Banana Split en la Botica Francesa. A pesar de que sobre este punto se me pedía guardar el más absoluto silencio, para mi fue siempre un motivo para sacar  "cachita"  de las granjerías obtenidas.

Ella  fue siempre una mujer  callada, creo que el ser parte de una generación de padres castrantes donde el niño bien educado era el que no movía ni una ceja, la hizo así. Por eso yo disfrutaba de sus momentos de humor o hacía cualquier cosa por verla sonreír;  desde apretarla contra mi pecho o tumbarla en la cama, para que dijera algo (por lo general  se quejaba de que le hacía daño)  o compartir esa complicidad con la que le arrancaba un mohín, al decirle bajito que le había dejado  un chocolate debajo de su almohada. 

Si por lo general la Maricucha era bastante parca y poco expresiva, la muerte de su marido la desbasto. Acostumbrada a caminar de su mano, a que él fuera la fuerza, el que la hiciera sentirse siempre protegida, ante la muerte de la pareja se volvió  vulnerable y no fue la matrona que me hubiera gustado que fuera. Cuando la veía débil y no ser firme en determinados temas, yo solía reprocharle, el que "se fue al diablo" cuando se le murió el marido y que eso no era justo. Por eso cambie la dinámica del poder en su casa e instituí una monarquía constitucional, donde la Reina, Reina pero no gobierna. Como Primer Ministro trate de hacerlo lo mejor que pude y creo que no lo hice mal.

Yo insisto que en la vida, esa definiciones de padres, hijos, tíos, abuelos, primos, no me gusta. Y aunque la Tía Gloria se moleste...yo no tengo padres, hijos, hermanos, tíos; tengo "Compañeros de Viaje". Desde el punto de vista formal  y  tradicional, la Maricucha, vendría a ser mi madre y su esposo, mi "Compañero Jefe", mi padre; pero para mi ha sido gente que valore en su dimensión humana, como personas con virtudes y defectos, que dejan en ti  una visión de vida, un sentimiento.

En un día como este, yo recuerdo al ser humano, a la mujer que me trajo al mundo y  a la que  siempre  vi antes que como madre, como la "compañera de viaje" que me enseño a caminar en la vida. Yo trate siempre hasta el fin de sus días de darle lo mejor de mí, de hacerla feliz, de que no le faltara nada. Tal vez no lo conseguí....Pero siempre le arranque una sonrisa.




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