
Es dificil (en el contexto anteriormente descrito) que no volvamos en un futuro mediato, a esas históricas crisis cíclicas de prosperidad y de carencias en nuestra vida republicana, que terminan afectando a los más pobres, si la demagogia es parte de la cotidianidad de la política criolla, si la falta de principios, de valores, de mística y de romanticismo de la política, da paso a la indiferencia, al silencio cómplice, al acomodo, al compadrazgo y a la mediocridad. Si la palabra empeñada no vale nada porque lo que interesa es el poder y las granjerías que lleven al cargo público (aunque no se tenga capacidad para ejercer un puesto público) o al beneficio de la relación con el poder que genera corrupción. Si no hay Estado, si no hay institucionalidad, si no hay partidos, ni gente que (alrededor de los armatostes que se dicen partidos y por los que se consideran militantes o "políticos") entienda que esta -la política- implica un ejercicio permanente de decencia, de compromiso con el país, de capacidad de indignación, de respeto a iconos, valores y principios que hacen una sociedad organizada.
Hoy la mentira se santifica con el pragmatismo en diversos niveles de la vida nacional. Hoy personajes como Mariátegui, Belaunde o Haya de la Torre, terminan maltratados por quienes dicen ser sus discípulos y respetarlos; quedando reducidos a figuras de utileria para actores que han hecho del gesto, de la pose y del punto común su ideología personal y su praxis política. Para cúpulas a las que les interesa mantener un statu quo que ha convertido en nada el legado ético, moral e institucional de estos liderazgos de solera, en los que encontramos un esfuerzo permanente por hacer de la política un ejercicio de docencia y un acto de fe que ya no se ve al interior de la partidocracia en el Perú.
Es imposible construir un país predecible con el sistema político que heredamos desde los inicios de la república, con una clase dirigente poco cultivada, fofa, mediocre; con lideres que tienen una agenda personal como prioridad librada al cubileteo, al intercambio de favores o al electoralismo demagógico que no tiene capacidad de indignación y subestima a las masas. Es por eso que este es el país, en el que algo cambia para que todo siga igual. Un país en el que en el Congreso de la República, se habla de la necesidad de volver a un sistema bicameral que los congresistas son incapaces de restaurar, porque saben que el país los mira con desconfianza y con un descrédito, que hace que la necesidad sea juzgada como un beneficio de los propios políticos y no del país.
No puedo dejar de sentir frustración al escribir estas líneas. Este es el país en el que decidí vivir y morir, el país que heredaran mis hijos. Este es el país en el que la gente le ha dado hace rato la espalda, a partidos políticos, que no son capaces de reconocer que están muertos en el alma nacional y que sobreviven porque ellos hacen las reglas con las que juegan y mantienen sus cuotas de poder. Un país donde los partidarios de Belaunde le llaman homenaje a su memoria, a una caricatura dibujada (u organizada) por un desconocido pintor de brocha gorda desde el Congreso de la República que cree ser Picasso. Un país donde el legado de Haya de la Torre ha sido enterrado por una cúpula que se ha apropiado de su partido para convertir el aprismo en un alanismo con olor a cleptocracia. Un país donde el pensamiento del Amauta José Carlos Mariátegui, es desnaturalizado y convertido en calco, copia y creación antihistorica de posiciones maoistas o de fachada castrista. Un país donde no sabemos que pasara mañana. Donde lo más probable es que el 2016 el balance sea el del imperio de la cosmetología política, el de un pragmatismo orgulloso de las cifras pero con una país con grandes carencias. Un país con un más de lo mismo, frente al que solo cabe seguir luchando.
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