martes, 18 de agosto de 2009

N° 83 - DE DIABLOS Y DIABLADAS


"HERMANOS Y VECINOS DISTANTES"

Yo tengo por Bolivia y por los bolivianos un gran cariño. Siendo niño descubrí el país leyendo sobre el trancazo que se metió el Presidente de Bolivia, el General Rene Barrientos Ortuño, un accidente de helicóptero que lo envió a la posteridad, a ser parte de la historia. De adolescente, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, me enamore perdidamente de una compañerita paceña, con la que compartimos además de los estudios de lingüística, muchas cosas bellas durante largoooooooooos años, en medio de una relación donde hubo indudablemente amor, pero también una conflagración bélica, que pasaba por conversaciones placenteras e inacabables, que podían durar una caminata desde el Centro de Lima hasta Chorrillos, para mirando el mar, descubrir juntos el mundo, para definir quien era más inteligente; donde afincaríamos nuestras chivas (si en La Paz o en Lima) y con la imposición de la visión de vida del uno sobre el otro, el zanjar definitivamente quien manda en la relación. Al final yo preferí siempre esta grisácea Lima para vivir, la achoradez y el hablar gritando en afectivos diminutivos de su gente, su caos vehicular, mi cau cau y mi cebiche. En el fondo tengo que reconocer que siempre preferí que me acusaran de machista antes que me dijeran "pisao". Y la relación, que termino media a capazos como pareja, tuvo un buen final, ambos estamos felizmente casados, con hijos y de cuando en vez, mantenemos una comunicación afectuosa y amical, como las relaciones peruano-bolivianas o boliviano-peruanas: Con declaraciones de amistad, con gestos de cordialidad, con momentos de tensión, con oportunidades para la evocación del pasado común y con el maleteo respectivo y las escaramuzas verbales, propias de lo que es una costumbre de dos pueblos que se sienten a la vez hermanos y rivales, unidos y distantes. Más allá de la broma, en lo personal esa relación me marco para siempre y me identifico con un pueblo (y con una familia) al que me siento cercano y cuya folklorica relación con el Perú trato ahora de describir.

Con esto de la Diablada pasa una cosa singular, siendo el pueblo aymara parte de Perú y Bolivia, lógico es que ambos países compartan un mismo patrimonio cultural, pero los bolivianos sienten que la Diablada es exclusivamente suya y que no pueden los peruanos (quienes a su vez dicen que es peruana) utilizarla para su promoción internacional. Y el chauvinista error y la reacción, tiene las mismas razones por las que nosotros choleamos a los bolivianos mientras los bolivianos nos llaman veitiochos (maricones). Valgan verdades, ya en La Paz (convertida en una gran ciudad y con los vicios y las virtudes de estas) hay veintiochos bolivianos trabajando en las calles y exhibiendo "sus encantos"; y lo cierto es que la fraternidad peruano-boliviana es bastante cainita y hoy con Evo Morales en la Presidencia de la República, las contradicciones políticas han agudizado los recelos y los resentimientos entre dos sociedades que se llaman "hermanas", pero que se tratan como primos lejanos.

Ahora bien, si a ello sumamos que en el Perú, composiciones de música folclórica altiplanica son identificadas como "puneñas" cuando son bolivianas, las distancias que impiden una verdadera integración aumentan. Y ello molesta al otro lado del lago; porque además de lo anterior, no hay en el Perú, grupos folclóricos con la dimensión internacional de Savia Andina o los Karjas por decir lo menos y porque en música del altiplano, la creación viene fundamentalmente de la tierra de Alcides Arguedas. Más allá de lo musical, la penetración "cultural" nuestra en Bolivia es significativa: Choro que agarran en La Paz es peruano y eso nos desprestigia y nos crea mala fama. Por eso Evo Morales se regodeo hablando demagogicamente y sin medir las consecuencias políticas y diplomáticas, de mercenarios peruanos contratados por Estados Unidos para matarlo o para derrocarlo.

Lo anecdótico del asunto o el pretexto a toda la explicación anterior, es el traje, el símbolo de la Diablada. Un icono que es patrimonio de ambos pueblos y que ha dado pie a caricaturescos chauvinismos; que van desde la pretensión de exclusividad cultural boliviana, a ver bailar al Congresista Lescano, en el Parque Bolivar del Congreso, una diablada con aires de cumbia peruana, para reivindicar el origen peruano de la danza que según él, se encuentra en un determinado libro. En el fondo las relaciones entre peruanos y bolivianos son de carácter singular y van a ser siempre una mezcla de sentimientos diversos.
Algo que le digo a mis hijos permanentemente, es que las relaciones de pareja, son como las relaciones entre los pueblos y que como en el caso de los políticos y de la política, en el matrimonio, ser muy democrático, como que no es bueno. La toma de conciencia sobre las relaciones de dominación-subordinación en las relaciones de pareja o en el matrimonio, es bueno para los hombres. Tratándose de mis hijos, lo hago para evitar que la sangre mexicana que corre por su venas se diluya.

Volviendo al tema, en las relaciones peruano bolivianas, tenemos muchas cosas que nos unen; pero lo que nos desune (que es lo menos) nos hace mirarnos con desconfianza y nos impide una auténtica integración. Necesitamos desarrollar puentes articulados de unidad y de confianza social. Algo difícil políticamente, sobre todo por el lado boliviano, donde hoy gobierna Morales, un hombre que no tiene una formación democrática ni la visión, ni el nivel de estadista que la situación amerita, no solo en su relación con el Perú, sino con el interés de las mayorías indígenas que dice representar.

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