martes, 28 de julio de 2009

N° 79 - MASAJE PRESIDENCIAL


LA CONFIANZA Y EL OPTIMISMO EN LA POLITICA:


Es difícil que el ciudadano común y corriente crea en la palabra de sus gobernantes o de su clase política, cuando éstas son simples frases hechas que se contraponen a la realidad. Que se hable de inclusión social y se gobierne sin embargo, pensando en el voto urbano, trabajando medrosamente o de espaldas a aquellos que en los rincones más alejados de la patria están olvidados por el estado, el gobierno y la nación; ajenos a las bondades de la democracia y olvidados por los beneficios del progreso y del desarrollo, en la medida que el discurso oficial entiende que hay ciudadanos de primera y de segunda clase. Porque es imposible que el pueblo confié en la voluntad de diálogo, cuando éste se subrdina al cálculo político, a la subestimación del interlocutor o al temor a ejercer el poder y la autoridad por electoralismo barato.

En el contexto anteriormente descrito, es poco convincente que se afirme defender la democracia, cuando la corrupción tiene un manto de impunidad y de complicidad ante la opinión pública, porque es claro percibir que desde el poder se busca esconder el hilo conductor que mantiene a ésta ligada al gobierno. Un gobierno que presenta como los anteriores cifras en azul y crecimiento económico, pero no reducción real de la pobreza, redistribución real de la riqueza, inversión, desarrollo, bienestar e inclusión social. El problema del Perú es que el país real dista mucho del de sus cifras en azul. Que solo una parte de la población fundamentalmente urbana y en contacto con la modernidad es favorecida por ese desarrollo que termina siendo estadístico, de caja chica.

Sin la obligatoria reforma del estado que el país requiere, la retórica efectista, el gesto, la pose, el voluntarismo y la buena intención dejan entrever que el segundo gobierno de Alan García nos muestra un liderazgo que es electoral, mediático, populista, escénico y bien articulado; pero que no solo, no tiene el nivel del estadista ni la capacidad de gobernante que el país requería para entrar en el Siglo XXI, sino que es menor del que se nos vendio en dos oportunidades, en imagen, sonido y fidelidad. García prefirió la simple reivindicación de su biografía político personal a la reforma que un estado nacional requería para llegar sostenidamente, con eficiencia y con vigor a los más pobres. García prefirió en una coyuntura complicada, nombrar a un disciplinado subordinado aprista, a un personaje sin mayor vuelo político, que a un técnico con la visión y el liderazgo necesarios para generar confianza y condiciones de inversión efectivas y rentables para el desarrollo de un país que no solo no sabe gastar en obra pública, sino que no tiene la gente capacitada para hacerlo. La realidad es que si hay dinero, un proyecto de inversión y de progreso debe reducir la pobreza rural no solo en la demagógica ficción de las cifras sino en la realidad.

Alan García, en un país que desdeña la cosa pública y es indiferente con el patrimonio del estado, porque no hay una cultura del valor de lo colectivo; insiste demagogicamente (sin crear conciencia de la necesidad de un cambio de actitud frente al patrimonio de todos los peruanos) en que hay que darle mayor participación al pueblo en la inversión pública. Un hecho que (sin capacitación, sin capacidad de gestión, de gasto calificado y de calidad, relajando los controles y la fiscalización necesaria en un país como el nuestro) terminará por varias razones sin mejores resultados; en un mayor pillaje del erario público y en una mayor corrupción, que no se combate con soleados penales exclusivos para delincuentes de cuello y corbata, para corruptos.

García en el tramo final de su gobierno, tiene un problema evidente de creatividad política, de comunicación y de desgaste. Su liderazgo esta maltratado no solo por su propia gestión, sino por el hecho de que ya no es el jóven bien hablado y carismático de los ochenta que podía remontar la cresta de la ola con su presencia y con su verbo. Hoy es indudable que Alan García no se ha podido sacudir de su pasado; que el partido aprista no es capaz de estar a la altura de las necesidades del gobierno y que la oratoria y el discurso político de líder aprista, no llegan a revertir la percepción del ciudadano común y corriente frente a determinados actos de su gestión, con la misma eficiencia de antaño.

El afirmar que nuestra capacidad operativa bélica está al cien por ciento, es otra de las afiebradas visiones demagógicas de Alan García, que bien pudo decir que éste estaba en un caro y bien llevado proceso de optimización y quedaba bien. El diálogo de sordos del Presidente de la República y su instinto de supervivencia, le hacen plantear una renovación del Congreso para capitalizar el desgaste y el malestar del ciudadano frente a la clase política y centrarlo en el Congreso. La renovación del parlamento por mitades y la segunda vuelta electoral en las regiones y en los gobiernos locales, son medidas acertadas y necesarias; pero tienen que ser política y legalmente tratadas y no puede presentarlas como una bandera reivindicativa propia, como un enfrentamiento de poder a poder que liderado por él y por el bienestar de país, se solucionará por referéndum. Eso es socavar la democracia que dice querer afirmar.

En el cuarto año de su gobierno, García cincela un discurso con muchos evidentes vacíos, habla como en los ochentas de refundar el estado, anota de que en el bicentenario de la independencia debemos ser un país del primer mundo. Y lo concreto y lo real es que la historia será testigo de que nuestro subdesarrollo cultural, político y cívico nos mantendrá en el tercer mundo. Que en esa refundación necesaria poco hizo el segundo gobierno de Alan García. Que la confianza, la auto estima y el optimismo no se insuflan por decreto. Y que la descentralización a la que nos empujo Toledo por su precariedad y necesidad política, si bien es necesaria, va a ser un largo y tortuoso proceso que se lanzo sin las condiciones adecuadas y al que ahora no basta una escuela de gerentes públicos.

Al final, la patria que sentimos quienes todavía tenemos vida, exige históricamente coherencia entre el dicho y el hecho. Y la nación que sustenta el concepto de patria, ha escuchado y se ha dejado seducir por mejores piezas oratorias de García. Que en lugar de un mensaje presidencial, termina buscando relajar al pueblo en su frustración y en sus tensiones. Dando un simple masaje Presidencial que no basta.




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