domingo, 28 de junio de 2009

N° 72 - UN TRANVÍA LLAMADO HUEVEO


INTERPELACION A YEHUDE SIMON


Los peruanos como he expresado en éste medio, somos gente cálida, amable, hospitalaria, amigable. El extranjero que llega al país se queda gratamente impresionado por ello (y por la excelente comida) claro que también por el caos vehicular y por la forma como se conduce en Lima. Lo de la violencia, la delincuencia, la inseguridad, es un problema de la sociedad contemporánea que se da hasta en países más desarrollados que el nuestro. El asunto entre nosotros, pasa por planificación y organización, por políticas públicas efectivas para combatir la delincuencia, por la desidia, la indiferencia y la falta de confianza del ciudadano en sus autoridades para combatir el delito, por la corrupción existente en el ámbito del estado. Por la falta de valor de la palabra, de la promesa electoral, de la oferta política, de la falta de previsión desde el gobierno para evitar el desborde popular en situaciones de crisis social como en Bagua.

Entre compatriotas, esa actitud amigable que resaltamos, no cambia; recién nos conocemos y nos llamamos amigos,"patas", "patitas" (porque solemos hablar en diminutivo y la palabra "conocido" es muy poco cálida) y "chupamos de un solo vaso" como símbolo de unidad y de fraternidad y somos proclives a caer en esa especie de institución nacional que es el hablar de más, el ufanarse, el maletear al prójimo o el meternos en donde no nos llaman, convirtiendo la vida privada en pública, en asunto de Estado o de interés nacional. Es que los peruanos somos gente especial, "criollos, mazamorreros", nos encanta el chisme, el quedarnos con la última palabra. Nos gusta ser figurettis, poner la cereza la pastel, tener el predominio de la verdad y somos maestros en acusar más bien a los demás de querer imponer su verdad frente a la discrepancia, a esa verdad nuestra y definitiva. Y es que en lo más profundo de nuestra identidad colectiva, al margen de no tener conciencia de éste valor, de pensar primero en uno, segundo en uno y tercero en uno, somos "pendejos", en el opuesto sentido a la mexicana o centro americana acepción de la palabra. No hay para nosotros tipo más vivo, más mosca o más creativo que el peruano. Y así nos leemos las cartas, nos queremos engañar o engatusar, sacar ventaja o provecho personal y palabrear. Porque la palabra en una sociedad como la nuestra, es un simple recurso comunicacional, porque muchas veces no tiene contenido, no tiene valor y por eso la comunicación oral entre nosotros está desacreditada y lo que se dice hoy se olvida mañana o no cuenta o se ignora. Así pasa en todos los sectores sociales sin excepción. Y así pasa sobre todo en la política.

Nuestra élite gobernante, nuestra clase política, no ha estado nunca a la altura de sus responsabilidades por diferentes factores que no son del caso mencionar, pero que han hecho que el Perú sea el país que cambia algo para que todo siga igual, el exceso de retórica que siempre es. Y lo real es que el ciudadano común y corriente le ha dado la espalda a los políticos y a la política; que ya no hay políticos de peso y solera, que hay pocos personajes con credibilidad y respeto ciudadano. Porque la política hace rato que se ha vuelto una cueva de intereses personales, de prontuarios y no de currículums; porque se ha vuelto una actividad selectiva donde el dinero y el clientelismo hacen candidatos o dan poder a caricaturas políticas.

Y lo más significativo es que esa idiosincrasia, esa especie de suerte nacional del chamullo y el ruleteo se pudo percibir nítidamente en la presentación del Primer Ministro Yehude Simon quien ante la única pregunta del pliego interpelatorio sobre el personaje del más alto nivel que ordeno el operativo de la Curva del Diablo, dijo mucho y no dijo nada, compartió la responsabilidad con los gobiernos pasados, con el pueblo, con la historia. Poco falto para que la Beatita de Humay o Sarita Colonia, aparecieran como responsables políticas del operativo porque Mercedes Cabanillas miro para otro lado y se lavo las manos.

Al final la historia de siempre, un gobierno encerrado en su verdad, echándole la culpa a otros por sus errores, incapaz de reconocerlos, sin capacidad de diálogo y de buscar consensos efectivos y reales. Una vez más la política de la retórica efectista, del gesto y la pose, del show de los bufones de cuello y corbata del hemiciclo, que desde la oposición creen que así serán vistos como defensores de la democracia y reelegidos. En esa línea, seguimos siendo un país pobre con cifras en azul. Un país que no distribuye riqueza, concentrando el poder y el bienestar en unos pocos, sin un estado nacional ni una clase política que nos de una visión de futuro y nos marque el rumbo y que el 2010 y el 2011 insistirá en el verso y en el verbo para obtener el voto.

En suma, la interpelación a Yehude Simon, que no va a pasar, no solo porque no se va a contar con los votos necesarios, ni con la decencia política para renunciar de Doña Meche Cabanillas; nos presenta un país que seguirá padeciendo una crisis estructural de carácter histórico, con una sociedad que solo se limita a darle la espalda a la clase política, a criticarla, pero que se siente indiferente al gran drama del país y no se involucra ni enfrenta la frustración de un país que siempre es gracias a la palabra, una posibilidad, un futuro lejano, una promesa incumplida o un discurso de plazuela, que nos confronta con la realidad de ser una sociedad incapaz de subirse al tren del progreso y del desarrollo del que tanto hablamos. Una sociedad resignada todavía a viajar siempre en un tranvía llamado hueveo.


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