martes, 20 de enero de 2009

N° 47 - UNA VEZ MAS DE LO MISMO

MUERTE EN EL SANTUARIO DE POMAC


Una vez más en el Perú el cumplimiento de la ley, de una orden judicial, trae la muerte. Una vez más los políticos, los gobernantes que no quieren “desgastarse políticamente” exponen vidas ajenas en una singular interpretación del democrático respeto a la ley y del ejercicio de la autoridad. Una vez más, como el principio de autoridad les significa “desgaste”, los políticos envían a los policías a controlar una revuelta o a materializar un desalojo sin armas. Y como en el caso de Moquegua, si estos policías, desarmados y en desventaja para defenderse, sufren las consecuencias de su precaria condición y son neutralizados y humillados, son criticados y dados de baja por el poder político. Claro que si mueren, su memoria es utilizada, su sacrificio es manipulado políticamente y son convertidos póstumamente en “héroes”. Un título que no le sirve a las viudas ni a los hijos de los fallecidos.

La ignorancia, la falta de cultura, el hecho de que la necesidad haga que los pobres se crean con derecho a hacerse de los bienes públicos o privados -con derecho a avasallar, a convertir por la fuerza, lo ilegal en legal, ante la complacencia o la actitud timorata de los gobiernos de turno- hace que se den hechos como los del Santuario de Pomac, donde ocupantes ilegales se enfrentan a la autoridad con armas de fuego, con fusiles AKM. Y el resultado es que se violenta la ley y el estado de derecho, que se asesinan policías desarmados, en aras de la necesidad y de la miseria, de la frustración y del resentimiento. Sentimientos alentados por el cinismo de una clase dirigente que se regodea en un discurso demagógico, clientelista y populista. De una clase política que no esta a la altura de sus responsabilidades ni de las necesidades de los gobernados.

Y este doloroso balance es el resultado de una crisis histórica por un buen gobierno. Del fracaso de una clase gobernante, que se ve desbordada en su mediocridad por actitudes inaceptables de las turbas. Por una prepotencia y un autoritarismo popular que no tiene justificación, pero que ante la falta de ética política y de moral pública de los gobernantes o de los políticos, encuentra las posibilidades de larvar reacciones y actitudes que terminan socavando la democracia, que nos convierten en una sociedad de trastienda, primitiva, folklórica e irritante, sin respeto a la vida ni a la propiedad; a los valores y principios elementales de toda sociedad civilizada que se precie de serlo. Ese es al final de cuentas el Perú de Alan García, como lo fue el Perú de Toledo o el de Fujimori. Un país al que el subdesarrollo mental y la ignorancia hacen sangrar en diversas partes. Un país que muestra siempre héroes y tumbas.

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