miércoles, 14 de enero de 2009

N° 46 - ¿HASTA CUANDO SEGUIRA JODIDO EL PERÚ?


NOS PODEMOS SENTIR
REALIZADOS:

Que es realmente la política más allá de un concepto teórico, como se entiende y que busca el ejercicio de la acción política por parte de dirigentes, militantes, de los ciudadanos. Es correcta la forma como se percibe por la ciudadanía el trabajo de los políticos y de la política en el Perú. Es la política una forma de realización del individuo en una sociedad como la nuestra. Es realmente el interés colectivo el verdadero impulsor de la actividad política. Que papel juega el poder en la política. Preguntas como estas salen a la luz, cuando se experimenta un panorama de desazón político electoral, inédito en la historia republicana, con partidos desprestigiados, des legitimados, desorganizados, a los que la ciudadanía no solo les ha dado la espalda, sino que mira con penoso escepticismo y desconfianza a una clase política que no ha sabido estar a la altura de una clase dirigente en el estricto sentido de la palabra. Porque frente a éste panorama, los políticos y los partidos no cambian realmente y simplemente buscan dar la impresión de cambio, se refugian en una retórica que lo afirme y se diluyen en sus contradicciones y en su mediocridad. Porque en lugar de recurrir a soluciones colectivas, propias de procesos de democratización, de sociedades con un mínimo instinto de supervivencia, los peruanos frente a su permanente crisis existencial prefieren soluciones personalistas, paternalistas, dictatoriales. Pensamos que en el intento de navegar entre estas interrogantes está la respuesta a la pregunta de ¿Hasta cuando seguirá jodido el Perú?.


Para comenzar por el final del texto anterior, creemos que éste país seguirá jodido mientras que la variable e inconsistente clase política o los grupos de presión o de poder, no prioricen la necesidad de estructurar, de organizar, de formar una clase dirigente que impulse un proyecto de país, a partir de patrones intelectuales, morales y políticos, que forjen un concepto de nación desde formaciones sincréticas de nuestra identidad. Lo concreto y lo real es que no hemos tenido, no tenemos una clase dirigente, tenemos una clase política, que se caracteriza por su mediocridad, por sus limitaciones; una clase sustentada en una lógica lineal; con una fuerte resistencia al cambio, en la medida que el papel que ejerce sobre la sociedad, le basta para tener el control del poder, para compartirlo, para satisfacer sus necesidades, sus intereses de grupo y negociar con los grupos de presión o de poder que le pueden hacer contrapeso, que pueden crearle problemas o perturbar esa posición dominante, que hace que termine mirándose al ombligo y hablándole diariamente al espejo.


La soberanía popular es la única fuente de legitimidad del orden político y sin embargo los peruanos entendemos el proceso de democratización como el simple ejercicio electoral. Hay una falta de autoestima tremenda, hay un lenguaje simbólico, una ausencia de razonamiento y análisis, que hace que insistamos en el error, en el olvido. Una suerte de resignación mística frente al futuro, que nos hace aceptar “los designios del destino”. Y lo más tragicómico, es que verbalizamos un sentimiento de unidad pero como el peruano está acostumbrado a pensar, primero en él, segundo en él y tercero en él, terminamos jugando a la individual, buscamos salvarnos en el laberinto de nuestra soledad. Aquí pesa mucho el plano real y el ideal. La propuestas de frentes políticos partidarios que le de gobernabilidad al país es lo ideal en el corto plazo, en un escenario donde se tienen que sumar migajas electorales; pero su materialización desde el punto de vista de resultados, del logro de objetivos políticos, en el largo plazo, no es real y ello porque no hay la actitud, ni la madurez política entre los actores, para que cuaje, porque en el poder ese pacto sufriría, sufre por lo general, los apetitos y las conductas propias de la política criolla. La sociedad peruana para lograr un pacto político como en España o en Chile tiene que tener en principio una clase dirigente que la instrumente (y aquí lo que hay es una clase política), un grado de institucionalidad, un concepto de nación, un proyecto de país. La diferenciación clara entre el acuerdo político por un proyecto de país y la negociación política por la gobernabilidad del país. El Presidente Paniagua fue en su momento muy honesto en expresar que era consciente de lo anterior y fue muy puntual en expresar que según su criterio, lo que pretendía era un frente político electoral, que le permitiría hacer un gobierno de consensos mínimos, sin mayores diferencias que perjudiquen la imagen histórica ganada como Presidente de un Gobierno Transitorio y a partir de allí, sentar las bases de ese pacto tipo de Pacto de la Moncloa o de la Pacto de la Concertación. Pero el problema es que además de que estaba ya enfermo, se equivocó en la campaña, escogió socios que no sumaban y las masas en esa coyuntura, contradictoriamente, por sabiduría popular o por un realismo instintivo, no creen en formulas democráticas o colectivas que partan de la realidad actual, creen en un gobierno fuerte, caudillista. Quieren idealmente un líder, pero también quieren un estadista. Prefieren un político moderado, pero que arriesgue y que se la juegue en un país como éste. No lo quieren ni excesivamente locuaz ni calculadamente silencioso. Y terminan eligiendo como Presidente a un personaje como Alan García, que es una mezcla chicha de todo, que tienen pincelazos emotivos de todo lo anterior.


Nos hemos puesto a reflexionar por ejemplo, porque la agenda del día a día de los partidos está en el control del aparato partidario. Hemos reparado que somos inconscientemente tan electoreros, que la realidad nacional es motivo de preocupación solamente en esas épocas, bajo el nombre de Comisión de Plan de Gobierno. Cómo no hay una inquietud por formar líderes, sino por afirmar los liderazgos naturales que terminan siendo solamente políticos. Nos hemos detenido a analizar porque no hay interés en los partidos de acercarse o atraer a instituciones o personalidades de renombre, para nutrirse de recursos humanos, para enriquecerse intelectual o técnicamente o para buscar trabajar juntos en ese diseño de proyecto de país que se requiere. Somos por último, consientes que lo único que nos importa es el poder a cualquier precio, sin valorar si estamos realmente preparados para gobernar, si tenemos los cuadros para gobernar. Y esa falta de capacidad auto crítica, de inconsciencia de nuestras limitaciones y carencias es común en la política nacional y termina siendo el drama del Perú.


Nos insertaremos a la modernidad cuando seamos capaces de desarrollar en el fondo y en la forma, un proyecto cultural que afirme nuestros valores universales. Cuando nuestros sueños de grandeza pasada, puedan tocar con las manos el materializado sueño de una gran nación, con justicia social, con igualdad de oportunidades. Cuando dejemos de hablar de una creatividad reprimida y establezcamos los canales apropiados para institucionalizarla, para disfrutarla a plenitud, para hacerla productiva.

Las vivencias colectivas de errores pasados que nos persiguen, que se repiten bajo distintos pelajes, de generación en generación. Que fueron los causantes de nuestra derrota en la Guerra del Pacífico, de las consecuencias de la República Oligárquica, de ese péndulo de gobiernos civiles y militares que marcan nuestra historia, de ese pasado reciente del Fujimorato; tienen que ser necesariamente superados. En buscar el interés y el bienestar de las grandes mayorías nacionales, esta la realización de quienes actúan inspirados en los altos fines de la política. Lo otro es actualizar y replantear la monumental frase de Conversación en la Catedral y seguir igual.

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