viernes, 15 de agosto de 2008

UN AÑO DESPUES

PORQUE HACER ALGO ES LO MISMO QUE NO HACER NADA


A un año del sismo del 15 de Agosto, Alan García visita la zona de Pisco en una camioneta con lunas polarizadas y sin seguridad a la vista para pasar desapercibido. En Chincha, Pisco e Ica, la población se moviliza, protesta, se siente indignada, insatisfecha, engañada y decepcionada, porque si antes del sismo tenían precarias condiciones de vida, estas son peores después de quedarse sin nada. Porque la reconstrucción es demasiado lenta, burocrática, con visos de improvisación y de corrupción, a pesar de que el gobierno afirma haber invertido en la zona más de mil millones de soles.
Que es lo que realmente pasa. Porque la reconstrucción es un fiasco a partir del triunfalismo y de las frases efectistas y esperanzadoras de las autoridades gubernamentales inmediatamente después de la catástrofe. La explicación tiene una serie de aristas. En principio con el FONDO DE RECONSTRUCCION DEL SUR (FORSUR) paso lo mismo que con los organismos que se crean muchas veces desde la esfera gubernamental, sin criterio técnico administrativo, sin gerencia, planificación, ni recursos. Julio Favre termino renunciando a una institución que indudablemente no se puede manejar como una empresa privada ante tanto pillo en la hacienda pública, porque con los sueldos que paga, es imposible que se contrate profesionales calificados. Porque la tarea de reconstrucción como muchas cosas en el Perú, fue marcada por la demagogia y un voluntarismo solidario, que termina siempre agotado por sus contradicciones y enfrentado a su realidad. Y así vimos que los partidos políticos que deberían presentar alternativas, propuestas y proyectos para la reconstrucción, que se entiende tienen los técnicos para ese tipo de trabajos, se limitaron al apoyo solidario como la sociedad civil, a la simple ayuda, a la foto para la publicidad.
En ese contexto es necesario decir que el problema de la reconstrucción tiene en principio una connotación urbanística. Las ciudades se levantan en el Perú sin planificación, sin criterio técnico. El crecimiento y el desarrollo urbano no reciben la preocupación, el apoyo ni los parámetros de las autoridades, municipales, regionales o estatales y entonces, junto a a la falta de previsión y de una cultura ciudadana frente a los desastres naturales, tenemos una bomba de tiempo que, unida a la falta de comunicación y a los celos políticos, simplemente se activa por acción de la naturaleza como en el caso del sur.
Frente a la catástrofe, en lugar de ponerse en marcha todo un sistema de prevención organizado y coherente, la respuesta es una solidaridad popular que no basta, que termina diluyéndose con el paso del tiempo, porque no puede ser consistente, perdurable en el tiempo, ni reemplazar el rol y la responsabilidad del Estado. Un Estado que reacciona a tientas y a ciegas, sin la infraestructura ni la organización necesaria para absolver el impacto. Un Estado que desde el principio demostró lo vulnerable que es a la corrupción y que termina entregando bonos que no sirven, porque son títulos valores sin recursos efectivos, porque aunque se diga que es porque las tarjetas tienen un plazo de vigencia, la mera verdad es que provienen de partidas que no tienen todavía provisión fondos.
Lo concreto y lo real, es que prevenimos el desastre a medias y reconstruimos a medias. Que en ese afán de los políticos, de protagonismo mediático, de llevar siempre agua para su molino. Por más que duerman en la zona o lleven toneladas de vituallas, ante una realidad que el verbo y de la pose no pueden solucionar, la población se siente engañada y la pasividad y tolerancia del ciudadano, da paso a su capacidad de indignación y de reclamo. A esa repuesta popular que se moviliza frente a un gobierno y a un Estado que busca justificativos y se escuda en explicaciones.
Al final solo cabe esperar como se encuentre la zona el próximo año. Si aprendimos la lección del balance del primer año. Al gobierno que sabe que en economía no se puede arreglar una cosa sin desarreglar otra, le corresponde no exagerar en excusas. Buscar mecanismos para solucionar los problemas existentes y pedir a sus funcionarios que estén a la altura de las circunstancias. A un pueblo pobre, desesperanzado, desilusionado, desconfiado de sus autoridades y que ha perdido patrimonio y familia por efecto del desatre, no le puede decir García que es injusto, no le puede espetar que exagera. El que exagera es él, al querer resumir todo en la dificultad de disponer de los dineros del Estado.


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