miércoles, 20 de agosto de 2008

MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES

EL ESTIGMATICO PAIS EN QUE VIVIMOS
Me estoy sintiendo viejo, me duelen las piernas, tengo que tomar medicamentos para el colesterol, para el corazón, para la diabetes, para la presión, para las várices internas que me obligan a apoyarme en un bastón. Estando joven, cuando tenía la ilusión de una familia, de un futuro diferente, de un país mejor. Cuando no me fallaba nada, mi padre me solía decir que llegaría a su edad y que el país iba a ser el mismo, la política iba a ser la misma. Que nada iba a cambiar o mejor dicho algo cambiaría para que todo siga igual.

La vida me permitió ser felíz, disfrutar del placer de un buen vino, de entrelazar no solo un par de piernas sino de también llegar al alma, de las mujeres que ame, de las que me amaron y de las que pude amar. Caminando cuadras y cuadras cuando la noche avanzaba en una ciudad como Lima, en la que el gris es el color de la luz, siempre encontramos una razón para estar insatisfechos. Para escuchar o para ver personajes que hablan de justicia social, de democracia y de igualdad sintiéndose diferentes, superiores, dueños del país y de su destino.

A mis noventa años lo único que tengo claro es que más allá de mis achaques, lleno de vida, estoy cerca de la muerte. Alguien me ha dicho que parezco el personaje de la última novela de García Márquez. Tal vez sea por mi soledad, porque no pude hacer familia nunca. Porque sobrevivo con mi pensión de empleado público y mi pasión por la política, que no es otra cosa, que una manera de amar al Perú y repudiar las formas de gobernar, de priorizar el interés personal o de grupo, sobre el interés colectivo.

Como en las épocas de Odría, hoy hay dinero, hay obra pública, pero también hay pobreza, insatisfacción, frustración, corrupción y una mayor desilusión por los que nos gobiernan, que quieren que sigamos siendo tolerantes, que sigamos esperandolos, ilusionandonos con un mañana mejor, como si la política fuera el futbol y ellos fueran futbolistas y las vedettes fueran la noche y los trinquetes a los que nos tienen acostumbrados.

A pesar de que Lima es una ciudad húmeda, caótica, insegura, a pesar de que hay violencia en ella, nunca he dejado de ser libre, de disfrutar el placer de caminar, la costumbre de pensar con un cigarro entre los dedos, entre el bullicio de la gente y el ruido de la calle, que este país que padecemos quienes no tenemos más patrimonio que nuestra propia sombra, podría y tendría que ser mejor.

Ya nada debería sorprenderme, ni la pregonada decencia de Mantilla por parte de la Ministra, ni el Vocal que el Tribunal Constitucional pretende reponer después de haber negociado con Montesinos, ni el juez que también es repuesto en la Presidencia de la Corte de Lima a pesar de un evidente caso de corrupción. Ni las groseras componendas o raterías de la Plaza Bolívar. Al final, ya no hay políticos de talla, como los de mi tiempo. Hoy la política es (aún más de lo que ha sido siempre) gesto, pose e interés personal. Una representación actoral. Una especie de burdel de cuarta que hasta las putas deben estar tristes. En un país de estigmas, si alguien las hubiera representado en el Congreso, si alguna de ellas hubiera llegado; tal vez lo haría con honestidad, con dignidad. Con mayor decencia que muchos de los que hoy están allí e insisten en llamarse Padres de la Patria.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario