lunes, 11 de agosto de 2008

N° 04 - EVO....LUCIONES

BOLIVIA EN SU LABERINTO:


Quien escribe estas líneas, que tiene un especial afecto por Bolivia y por los bolivianos, puede dar fe que en la historia del país altiplánico, la inestabilidad política y la falta de institucionalidad ha sido siempre moneda corriente. Allí están desde el gobierno de Hilarión Daza o la sangrienta caída del General Gualberto Villarroel en 1946, hasta la Revolución del MNR en 1952, hechos que pasando por el militarismo golpista de los setenta, termina en éste último periodo de crisis que comienza con la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Frente a esta turbulencia política de viejo cuño, la elección de Evo Morales, representó una nueva lectura en la estructura político social, en la estructura de poder de un país en el que las mayorías indígenas (que siempre habían sido gobernadas por la minoría blanca o mestiza) no se habían sentido nunca representadas en el gobierno. Era sin lugar a dudas un hecho histórico, una reivindicación de las masas campesinas, que llevaba al poder por la vía electoral, al primer Presidente Indígena de Bolivia con el apoyo de sectores blancos o mestizos, descontentos con la falta de madurez, la demagogia y el folklorismo de su clase política, que vieron en el voto a Morales una forma de protestar por la forma como se gobernaba el país. El cheque en blanco o el salto al vacío de una sociedad inconforme, desesperanzada y agobiada por el más de o mismo.

El proceso había que seguirlo con atención por varias razones. No solo porque era el triunfo de los campesinos, de los cocaleros, de la nación aymara. Era un triunfo de la izquierda, de una trasnochada visión socialista alimentada desde Caracas, que encumbraba a un caudillo (sin cultura democrática, radical y antisistema) aupado a la falta de cultura política, a la postergación y la discriminación de una sociedad con minorías blancas o criollas, que han usufructuado el poder y gobernado Bolivia, de manera frívola, mediocre y con una ineptitud muy grande. Un hecho que podía significar más allá de lo que fue una verdadera victoria popular electoral de las grandes mayorías nacionales campesinas, el caldo de cultivo para darle simplemente una nueva escenografía a la histórica desestabilización del sistema político, del gobierno y de la nación boliviana. Una nación a la que el componente reivindicativo podría enfrentar y fracturar aún más por las grandes diferencias entre la zona altiplánica y la zona meridional, dueña hoy en día (además de sus ingentes recursos) de un gran potencial gasífero.

Y la fractura social, la confrontación social y política se dio. Y la salida política de Morales lo llevó a este Referéndum Revocatorio en el que se encuentra con un triunfo que no soluciona nada. Porque gran parte del voto a favor de Evo, es un voto responsable, por el país, por la democracia, para que el sistema no colapse, pero no necesariamente un voto por Morales, por su modelo y sus condiciones de estadista.

Pero el peligro esta latente. En principio porque la falta de institucionalidad democrática hace que exista una legislación de soporte confusa, que tiene una interpretación por el órgano electoral y otra por el Congreso. Porque más allá de las palabras lo que cuentan son los hechos, los actos políticos. Y en ese contexto, la búsqueda de acuerdos políticos, de una negociación efectiva y definitiva, es bastante difícil por lo dogmática, radical y encontradas de las posiciones y por la presión que tiene Morales de satisfacer lo que las masas campesinas, a la población aymara, a los ponchos rojos que consideran que tiene que “gobernar para el pueblo”. Imponer una Constitución que no es resultado de un consenso sino producto de la imposición y el juego político.

Morales tras su triunfo, expreso en el balcón de Palacio Quemado que “va a consolidar el proceso de cambio”, sin intuir que su política no solo lleva a más de lo mismo, a esa permanente inestabilidad y confrontación en la que el pueblo termina no solo involucrado, sino políticamente tironeado. Un panorama político, social y económico que puede acabar en una guerra civil, en un país fracturado al que estamos ligados histórica y culturalmente. Una nación que sufre como muchas otras democracias latinoamericanas, el drama de no tener una clase dirigente a la altura de sus responsabilidades.

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