APUNTES DEL MENSAJE PRESIDENCIAL
Es indudable que un Mensaje Presidencial nunca va a dejar contento a nadie. Que siempre van a existir vacíos, temas ignorados o tocados superficialmente, por cálculo político, de manera conciente o inconsciente. Es que la política criolla es el arte de caer siempre de pie, de no reconocer errores, de encontrar justificativos para todo. Y lo concreto y lo real, es que la insatisfacción de un pueblo frente a su gobierno, frente a una clase política que no ha estado a la altura de sus responsabilidades, que siempre ha defendido su propio interés, sus intereses económicos o de clase, ha sido de alguna manera una constante en esta cíclica fragilidad democrática que padecemos. Y es que este sigue siendo un país con una gran deuda social ante las grandes mayorías nacionales básicamente provincianas. Un país con un exceso de retórica, sin cultura cívica, política, sin educación, sin conciencia de lo colectivo. Un país que pugna por ser inclusivo, por brindar oportunidades para todos, por redistribuir riqueza y disminuir la pobreza que nos agobia, dentro de una concepción neoliberal heredada del fujimorismo, en la que el mercado lo es todo.
Pero el libre mercado tiene sus mercaderes, sus especuladores y sus agiotistas. Y el libre mercado no permite el acceso al mercado de los que menos tienen, en un país con tanta desigualdad social. Pero allí están las cifras para beneplácito del gobierno, de los empresarios y de los inversionistas extranjeros. Allí esta la falta de una oposición articulada, imaginativa y con propuestas. Allí está un modelo que administrado por un hombre como García puede permitirle limpiar su biografía política y ser ese caudillo con el que sueña.
Comenzando el tercer año de su gobierno, queda claro que de Alan García no se pueden esperar grandes cambios. Una profunda reforma del estado que sea la palanca del progreso en equidad y en igualdad de oportunidades. Una reforma de la educación que nos permita salir no solo del subdesarrollo cultural en el que vivimos, sino de este subdesarrollo mental que padecemos desde antaño. Un estado regulador de las fuerzas del mercado con contenido social en el marco del respeto a la libertad que es necesario ante el antropofagismo del liberalismo, es imposible esperar de un García que ha arriado sus banderas ideológicas, los gonfalones del credo político que profesa, para ser en el Siglo XXI, ese Pierola que como en la Guerra con Chile, privilegio su interés personal por encima del interés nacional. Y como siempre, ante la falta de consistencia y de reacción de una oposición política, aquí está una vez más latente el mesianismo del proyecto político de largo aliento que la historia republicana ha visto tantas veces a partir del usufructo del poder político.
Y en esa perspectiva el mensaje de Alan García, mejor dicho el menaje de un gobierno que se preocupa con demagogia, oportunismo y un folklórico sentido del ridículo, por convertir la política en ese culote que se enfundaban los conquistadores españoles; apela al alma del pueblo para propiciar un cambio social. Es decir un hombre que no es un político que goce de credibilidad; un animal político con recursos para salir del paso a como de lugar, habla de moral pública y privada, de ética. Y la ética tiene que ver con la justicia, con la esperanza, con la verdad y la coherencia.Y casi treinta años después de que apareciera en la escena política nacional, Alan García no es un hombre que se destaque por la espiritualidad del alma. Y escucharlo hablar de esos temas es para el común de los peruanos, como una sinfonía de palabras huecas.
El problema es que García como la gran mayoría de los políticos no goza de credibilidad. Y es que la moral, la ética y la verdad están reñidas con la política criolla, con una política criolla que supedita sus intereses personales, partidarios o de grupo a esos fundamentales valores humanos y sociales. Y se termina así, con una alianza por debajo de la mesa para mantener la Presidencia del Congreso.
Al final, esa crisis en la relación del pueblo con la clase política tiene que ver con la crisis de los partidos, con el fracaso de la política para representar las expectativas populares; con la fe y la esperanza de un pueblo por un mejor destino. Una crisis que hace que el ciudadano común y corriente se aleje de la actividad política partidaria, la sienta distante, incongruente con sus principios, con su manera de ver el país. Y esa orfandad ciudadana, hace que la política sea un terreno donde la mezquindad, la demagogia y la incapacidad abundan. Donde la política es exclusiva de personajes que se destacan por su mediocridad y que terminan desnudados por sus excrecencias; ya sea porque ponen al marchante de asesor, porque pelan el sueldo a los contratados o porque terminan con la antológica frase de que primero es el interés personal que el de la patria.
Para que la política y los políticos hablen desde la perspectiva del alma, hay que ser racionalmente coherente y predicar con el ejemplo.En lo sustantivo el cambio tiene que ver con el respeto a la institucionalidad, al estado de derecho, a la democracia. Esa visión implicará un cambio en los valores y en las conductas del hombre y de la sociedad peruana. Esa es el alma que tenemos que mantener sin mácula. El alma propia claro está.
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