viernes, 16 de agosto de 2013

N° 305 - DOÑA FLOR




Como reza el poema de Antonio Machado, a lo largo de la vida vamos haciendo camino. Un camino que se va forjando a partir de nuestra experiencia humana, de nuestras percepciones del mundo, de las relaciones que vamos estableciendo con otros seres humanos, que nos  generan sentimientos diversos; de amor, de odio, de indiferencia, de admiración o de compasión y que se anclan y desarrollan a partir  de la comunicación, del lenguaje básicamente verbal, aunque puede darse a través de una comunicación no verbal, como la escrita, que se da hoy en día, donde la gente se interrelaciona y hasta se enamora por Internet. 

En el contexto anteriormente descrito, la relación humana es parte de un proceso cultural que es inherente al individuo, a la sociedad y a su desarrollo; y que se va perfeccionando y perfilando, en función de variables diversas, entre las que destacan el conocimiento y el sentimiento. Nuestras relaciones interpersonales tienen así, un parámetro estructurado por la cultura (definida como todo aquello que es creación humana) y otro parámetro que tiene que ver con lo emocional  y con lo sentimental, que marca la forma de abordar y desarrollar una relación, las diferencias que se dan en la forma de tratar  por ejemplo, a un hermano, a un extraño  o a un amigo. 

En mi ya  algo dilatada vida, ha habido personas que he conocido y me han dejado un sabor especial, que me han encandilado, que han quedado en mi corazón y en mi recuerdo. Una de ellas es Doña Flor de María Nevárez  Bouchot Vda. de Gómez. 

A Doña Flor la conocí  en Lima, en 1978 o 79, cuando vino a  Perú a hacer turismo, con mi a partir de ese entonces, buena amiga; María Inés Gomez Nevarez; pero si bien en esa oportunidad, la percepción de su agradable presencia para quien escribe estas líneas  y para mi familia,  fue unánime; es recién en México, cuando dejó  esa marca de la que hablo en éstas líneas y que tiene que ver con las relaciones interpersonales y con lo que ellas dejan en el interior del ser humano. Doña Flor era una mujer agradable, vital, con una energía muy fuerte, tan fuerte que se irradiaba por el ambiente que ocupaba y que era fácil de percibir. Físicamente, era una lo que los peruanos llamamos una mujer "muy perica" (bien arreglada, guapa, con imponente presencia) de pelo ensortijado,  usaba  grandes aretes lo que le daba un garbo especial. Doña Flor siempre andaba con un cigarro negro entre los dedos y las charlas con ella después de comer -lo que es el almuerzo para los peruanos- en su casa de la Colonia Clavería (donde el paso de un camión mueve el piso como si fuera temblor) eran por lo general largas y muy divertidas (sobre todo en el verano mientras esperaba que pase la lluvia) aunque nunca comprendí su bronca con Don Benito Juarez.    

Doña Flor  murió ayer en México.  Más allá de la pena que siento, yo guardo de ella, como lo he hecho siempre, con esos días de hace tantos años; esa vitalidad, ese humor, esa franqueza  y ese talante que me deslumbro; en medio de esos gestos tan propios de ella, que acompañaban nuestras charlas de café y de cigarro negro.  Me hubiera gustado tener una foto de esa Doña Flor de cuando yo estaba en México en los años ochenta, para ilustrar estas líneas, que no son otra cosa que ese deseo de comunicar lo que pienso, de escribir lo que siento, por alguien a la que como a mucha gente a mi alrededor, no pude decirle lo entrañable que fue para mí.....Espero que Ine me la envié (la foto) porque la que tengo de su madre en el corazón y en el cerebro, no la puedo imprimir...Y me da bronca Ine....me da bronca.


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