AUNQUE YA SEA TARDE:
Ayer falleció mi tía Nilda, hermana de mi padre, una de las cuatro hermanas de mi padre para ser más preciso y con la pena que representa el hecho, debo confesar que recorrió mi corazón un sentimiento de culpa, un pesar por una deuda pendiente de amor, que es parte de la vida, que se da en las relaciones familiares, en los vínculos amicales de diferentes maneras y no puedo dejar de escribir de él, porque hace algún tiempo que lo identifique en mi entorno más íntimo.

Dicen que cuando una hija se casa trae un hijo a la familia y la frase tiene mucho de verdad. Cuando mi padre se caso dejo de vivir el Callao y se fue a Pueblo Libre donde vivía mi madre; ese hecho hizo que la familia de la Maricucha -mi madre- sea parte de nuestra vida cotidiana, que yo me criara con Nano y con Chulín (mis primos hermanos) que Carmen, Chana y Gloria, las hermanas de mi madre, hayan sido testigos protagonicos de mi vida, de mis alegrías y mis tristezas y de las de mi familia. Que la tía Rosa haya terminado sus día viviendo con nosotros.
Cuando depués de muchos años vi a mi sobrino Quique, el hijo de mi hermano, me di cuenta que ese hecho que comento líneas arriba, es parte de la formas en las que se establecen las relaciones familiares o al menos en lo que a mi respecta y me toco vivir. Ellos, los hijos de mi hermano se han criado más cercanos a la familia de su madre y entonces, ese contacto físico, esa cercanía, genera un tipo de relación distinta con nosotros, no digo que sea mejor o peor, digo que es distinta, porque el contacto físico , la cercanía, permite expresar sentimientos y emociones que la distancia no permite aflorar o identificar. Ayer mismo note la sorpresa de mi tío Julio (hermano de mi padre a quien no he visto muchas veces en mi vida) cuando lo salude y me despedí con un beso en la mejilla.
Los caminos de la vida, el trabajo, la falta de sensibilidad, la indiferencia o el egoísmo, nos hacen muchas veces no tener ese contacto físico con la gente que amamos; a la esposa, a los padres, a los hermanos, a los amigos o hasta a los propios hijos -por priorizar el trabajo- no les prestamos atención, no les decimos "te quiero", no nos damos un momento para reír o para recordar, para acercar nuestros espíritus y acariciar el alma. Esa es finalmente la deuda que sentí que tenía con mi tía Nilda. Me hubiera gustado abrazarla, acariciarla, visitarla seguido y decirle te quiero. Ya es tarde. Solo puedo escribir estas líneas y voltear la mirada a mi tía Floria y a mi tío Julio buscando recuperar el tiempo perdido.
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