
En mi caso personal, la importancia de la Universidad San Marcos, no es necesariamente desde el punto de vista profesional, porque yo mientras estudiaba en San Marcos, estudié paralelamente derecho y me recibí de abogado en la "Harvartin", nombre con el que se conoce humorísticamente a la UNIVERSIDAD SAN MARTÍN DE PORRES. La importancia de San Marcos en mi vida lo es desde el punto de vista del conocimiento. Del interés por aprender, por saber, por investigar, por desasnarme, por explorar diversas facetas de la vida. Pero sobre todo desde el punto de vista humano. La socialización, el contacto con gente de diversas realidades geográficas, de estratos sociales diversos, de pensamientos y culturas distintas, implicaba en esa época un proceso de crecimiento y de maduración que hoy pasa inadvertido porque forma parte de la cotidianeidad de un mundo más liberal y menos conservador.

La estatua del Che Guevara coronaba imponente el ingreso al pabellón de derecho, donde se encontraba el programa de Lingüística. Yo llegue a la vida universitaria, después de algunas semanas del inicio de clases, para evitar que me cortaran el pelo. En medio de la clase de materialismo dialéctico, agarre una conversada histórica con la divertida compañera de mi costado a quien nadie de mis compañeros de entonces a vuelto a ver. La profesora al advertir que estábamos en otra cosa, le dijo muy seria a Eliana (así se llamaba la jóven) : ¿Señorita de que corriente estamos hablando?. Con la irónica maldad y el humor negro que me acompaña desde mi niñez, le dije en voz baja "DE LA CORRIENTE ELÉCTRICA". Mi despistada nueva amiga, algo distraída y sin medir el impacto de la frase, la soltó de inmediato. En respuesta la maestra la boto del salón.

Mientras me sentía como un perro viendo salir a mi amiga de la clase, unos ojos me marcaron con enojo desde la fila ubicada debajo de mi carpeta reprochando mi maldad: Esa tarde termine enamorado de quien me dispenso tan singular mirada y mientras con los años, en la Ciudad Universitaria se buscaban canes para colgar y se daban vivas a la lucha armada, nosotros en el estadio hacíamos el amor y no la guerra. Y aunque la guerra vino después, jamás corto ese imaginario cordón vital que ata las cosas que nos unieron. Ese sentimiento puro y limpio que nos llena el alma y que vamos a sentir el placer de experimentar hasta el fin de nuestros días.
Ese mismo imaginario cordón, fue el que hizo que nos reunieramos semanas atrás algunos de los compañeros de entonces; ya casados, divorciados, con hijos, con nietos, con algunos kilos de más y muchos cabellos de menos; no solo para recordar esos tiempos sino para disfrutar el volver a vernos.

El éxito en la vida no pasa por ser profesional, ni tiene que ver necesariamente en un país como éste, con la capacidad. Uno puede ser una bestia, pero si tiene las conexiones, los contactos, la vara o la suerte, la hace. A mi edad creo que el mayor éxito en la vida es el seguir vivo y a mis hijos les digo que lo importante es hacer lo que te guste, lo que más disfrutes, que te sientas realizado en tu trabajo. Que uno no se puede equivocar en escoger profesión y mujer como decía mi padre.
En el contexto descrito, la demagogia de los políticos, su fata de capacidad para la busqueda de soluciones adecuadas, la incapacidad de los gobiernos para delinear políticas públicas en materia educativa coherentes y sostenidas; la falta de apertura para dar recursos y para enfrentar a cúpulas sindicales politizadas en el magisterio, así como el doble discurso de los congresistas -por el que por un lado hablan de apoyar a la universidad pública y por otro lado crean por clientelismo nuevas universidades o fábricas de engaña muchachos- hace que tengamos fabricas de profesionales, de gente en busca de un cartón, de un instrumento para mejorar sus ingresos o para vivir, pero no una élite de primer nivel, comprometida con el país, con su desarrollo y con su realidad. Una mística, unos valores y un compromiso que hace tiempo se perdió por el pragmatismo de la vida diaria.
Aquí hay un necesario camino para cualquier hoja de ruta. La educación es el principal instrumento de cambio. El problema es que en el Perú, el mantener el statu quo es hipócrita y convenientemente una prioridad.
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