VISTOS DESDE LA PSICOLOGÍA DEL PERSONAJE

Lo más probable es que sobre el balance de los cien (100) días de Ollanta Humala en el gobierno, encuentre Ud. amigo lector, desde la perspectiva de la obra y del análisis político abundante material. Nosotros pretendemos entregarle aquí una perspectiva diferente. A partir de la personalidad del Presidente intentar el análisis político. En ese contexto, los CIEN (100) DÍAS del gobierno de Ollanta Humala, nos muestran en principio, un hombre que no es un líder en el amplio sentido del término, a la altura de un Víctor Raúl Haya de La Torre o un Fernando Belaunde, como lo pretende presentar su padre Don Isaac Humala; tampoco estamos frente a un personaje con una gran cultura y una inteligencia superior. Humala en estos cien días de gobierno, se ha mostrado como un hombre común y corriente (los grandes líderes parecen haberse extinguido en la política peruana) como un político inseguro, que mide cada uno de sus pasos. Un político en proceso de aprendizaje del ejercicio del poder y de la Primera Magistratura de la Nación, lo que no esta mal; pero tampoco esta bien, porque eso implica una fractura en la comunicación con los gobernados y porque finalmente, ha comprobado que una cosa es criticar estando fuera del gobierno y otra gobernar y enfrentar las complejidades del estado y del ejercicio del poder.
Humala ha preferido mantener un perfil bajo, respetar el proceso de aprendizaje (buscando que nadie se de cuenta de ello) bajo el argumento que prefiere más trabajar que hablar y que en se contexto (a diferencia de su antecesor) él trabaja mucho. En un país de mesianismos iluminados y de liderazgos necesitados, donde la figura presidencial es protagónica; dirigirse al pueblo por twitter o de manera poco fluida, no es lo más conveniente. Pero para un hombre que como candidato se vendió como personaje ideológico y que termina desnudando un hombre pragmático. Para un político novato y sin experiencia de gobierno -que se ha dado cuenta que las convicciones ideológicas que le vienen impuestas desde la cuna y desde la casa son difíciles de imponer en su gobierno- el ser consciente de que no tiene ni el liderazgo, ni el partido o los cuadros políticos, ni el contexto, ni el apoyo popular o la capacidad de convencimiento para aplicar sus ideas y sus visiones; le obliga a preferir su biografía política, su historia personal a sus principios, convicciones e ideas, a tratar de amalgar con éxito las tendencias y los intereses contrapuestos que se dan durante su gestión, con un barniz que haga brillar su discurso político y el cumplimiento de los ofrecimientos de la campaña.
Es difícil que en un país como el nuestro, sin partidos políticos, sin un proyecto nacional definido, sin liderazgos de solera y de absoluta credibilidad; que la política se imponga a la economía. Hace rato que los técnicos (esos que hoy los partidos no tienen y que antaño decían alquilar los políticos) han encaminado el estado bajo parámetros tecnocráticos que requieren de gente capacitada; de la misma manera que encarrilaron la política económica, dentro de un marco mercantilista de crecimiento, librado a la realidad de la desigualdad social que produce la ausencia de una buena educación y cultura, la falta de trabajo y el predominio del país urbano sobre el medio rural. Y por más que los políticos hablen de cambio de modelo o de mejoras sustantivas, su propia demagogia, su angurria, su mediocridad, su incapacidad y los intereses que defienden o que los impulsan; hacen que algo cambie para que todo siga igual. Que la economía prevalezca sobre la política.
En el Perú de hoy, los políticos creen que llegar al poder, que tener representación en el Congreso, es sinónimo de gobernar. Si esa lógica fuera tan sencilla "la gobernabilidad" que dice apoyar el señor Alejandro Toledo sería muy fácil de manejar y la "gran transformación" ya la hubieramos visto parir en estos cien días de gobierno. La "gobernabilidad" no esta en el Congreso o en los exclusivos recovecos del poder político. La gobernabilidad depende de diversos factores y actores políticos , sociales y económicos; la gobernabilidad esta en la calle y también de alguna manera en la economía. Por eso es que Ollanta Humala se alejo del pensamiento familiar (o lo traiciono como dice Antauro) y se quedo en el termino medio, en la tibieza de sus planteamientos, en la necesidad de negociar, de crear consenso; en la utilidad del necesario descrédito del Congreso y el apoyo popular (que es todavía algo esquivo y desconfiado) para políticas nacionalistas, que aparentemente dejaron de ser chavistas, para vestirse de verde amarillas; ignorando que responden a otra realidad y que como decía José Carlos Mariategui, las soluciones para nuestro país, no pueden ser calco y copia sino creación heróica.
Por otro lado, Humala ha mostrado en el gobierno, ser una persona insegura, excesivamente dependiente de su pareja sentimental, de su esposa. Hay cosas que, en las relaciones de pareja, en el ámbito familiar o conyugal, funcionan. Si una pareja a crecido junta, ha compartido experiencias y hay una fuerte vinculación emocional y psicológica, de complementación y de apoyo mutuo. Esa vinculación no puede traslucirse en el arte de gobernar o en el gobierno, porque resulta nociva para el ejercicio del poder en un país machista. Aquí no se trata de que la Sra. Nadine Heredia sea presidenciable o no, porque desde tiempos de Susana Higuchi hay una ley que lo prohíbe. Se trata del hecho de que tener a la mujer sentada en lugares que no le corresponden o con protagonismos que no caben, afecta el liderazgo del Presidente de la República. A Toledo le paso factura el tener una mujer turbulenta, conflictiva y lenguaraz, que no podía controlar, que sobrepasaba su autoridad, que asumía labores o se pronunciaba sobre asuntos de gobierno, como si fuera el mismísimo Jefe de Estado. Que Humala diga que quiere ser recordado (en su gestión) como un buen esposo y un buen padre, resulta un hilo conductor a su dependencia conyugal. Al elector, al ciudadano común y corriente, lo que le importa es que el presidente sea honesto y que gobierne bien Que sea un buen esposo o un buen padre es un asunto personal, que puede ser útil en época electoral pero no en su balance final de gobierno.
En la misma dirección, el Presidente de la República no ha tenido el carácter, el talante, ni la personalidad para poder controlar a su familia. Don Isaac se despacha a su antojo con cada barbaridad, que si Ollanta Humala supiera pararse bien frente a su mentor ideológico y padre, hace rato el patriarca de la familia tendría un perfil bajo. Esa misma falta de carácter se ha visto en la entrevista de esta domingo por los 100 Días de Gobierno, cuando apelando a su "respeto a la institucionalidad y al debido proceso" le pide por la televisión que renuncie, porque no ha sido capaz de decírselo en la cara o de tomar la decisión de licenciarlo sin pedir permiso a nadie; probablemente por lo poco o mucho que sabe Chejade sobre Madre Mía.
En estos cien días de gobierno, el balance es positivo para el país y negativo para los socios de izquierda del régimen. Pero el político que dice una cosa, hace otra (el discurso de Asunción) y pretende que la gente se convenza que sus dichos calzan perfectamente con sus hechos, es preocupante. En estos cien días de gobierno, definitivamente como hemos dicho, no estamos frente a un político de las calidades de Haya de la Torre o de Belaunde, estamos frente a una versión menos folklorica y pintoresca que la de Toledo. Estamos frente a un hombre al que el pueblo eligió por lo ideológico, por lo confrontacional al modelo y por lo que representaba frente al fujimorismo. Un político que ahora gobierna alejandose de su ideología, priorizando el pragmatismo de la política, en un discurso que marca sorprendentes y reiteradas distancias con todo lo que signifique confrontación con las banderas ideológicas iniciales. Estos cien días de gobierno, proyectan un hombre que no es un estadista; es el político pragmático, que llega al poder para gobernar. Y en el Perú de hoy, gobernar es administrar el estado, es mostrar obra física, es caminar con el día a día o con el corto plazo, manejando los hilos del poder para obtener la aprobación general y especular después electoralmente.
Es igualmente indudable que en el caso de Ollanta Humala, estamos frente a un hombre honesto, con voluntad de hacer las cosas bien. Pero también es indudable que hay una indefinición en el gobernante, derivado de conflictos internos en lo personal, en lo partidario y en lo familiar por las visiones ideológicas con las que ha crecido y se ha formado; teniendo al frente la realidad con la que interactúa como gobernante. En esa crisis de identidad, desde nuestra perspectiva, el modelo se ha impuesto por ahora al personaje, pero es difícil (si no se dan las condiciones necesarias) que el radicalismo o el salto al vacio se haga carne y habite nuevamente en Humala. Mil setecientos veinticinco días después de estos cien días, habra que ver si el personaje termina dándole al modelo el sentido de lo que fue su propuesta original o la de la hoja de ruta. Si los criterios de inclusión social para beneficio de los más pobres, fue una realidad o una simple promesa electoral. Si termina ganando el país. Si terminamos en un buen gobierno o en un gobierno aceptable, que al menos no retroceda lo andado. Para una gran transformación se necesita una visión de estado, un lider lúcido y definido. Una idea clara del país que debemos dejar a nuestros hijos. Para la gran transformación se necesitan partidos políticos y no los tenemos.
Es igualmente indudable que en el caso de Ollanta Humala, estamos frente a un hombre honesto, con voluntad de hacer las cosas bien. Pero también es indudable que hay una indefinición en el gobernante, derivado de conflictos internos en lo personal, en lo partidario y en lo familiar por las visiones ideológicas con las que ha crecido y se ha formado; teniendo al frente la realidad con la que interactúa como gobernante. En esa crisis de identidad, desde nuestra perspectiva, el modelo se ha impuesto por ahora al personaje, pero es difícil (si no se dan las condiciones necesarias) que el radicalismo o el salto al vacio se haga carne y habite nuevamente en Humala. Mil setecientos veinticinco días después de estos cien días, habra que ver si el personaje termina dándole al modelo el sentido de lo que fue su propuesta original o la de la hoja de ruta. Si los criterios de inclusión social para beneficio de los más pobres, fue una realidad o una simple promesa electoral. Si termina ganando el país. Si terminamos en un buen gobierno o en un gobierno aceptable, que al menos no retroceda lo andado. Para una gran transformación se necesita una visión de estado, un lider lúcido y definido. Una idea clara del país que debemos dejar a nuestros hijos. Para la gran transformación se necesitan partidos políticos y no los tenemos.
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