
EL DISCURSO EN ESTOCOLMO:
El discurso de Mario Vargas LLosa en Estocolmo en la ceremonia previa a la entrega del Premio Nobel, bajo el título de "ELOGIO DE LA LECTURA Y LA FICCIÓN", es una pieza que tiene varias aristas para interpretar y un sabor y un olor tan agradable, que sin lugar a dudas quedara marcado en quienes gustan de la buena lectura y del placer de leer. En el discurso del laureado escritor peruano tenemos al personaje que desnuda su humanidad, su universalidad, su vocación de escritor, sus sentimientos, sus convicciones políticas, sus visiones del mundo que le toco vivir, sus compromisos con quienes le sirvieron de modelo, pero sobre todo su profundo amor al Perú. Un país al que (recogiendo e interpretando sus palabras) le hace falta en su gente, esa pizca de insatisfacción o indignación que nos haga más dificiles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes desde la política construyen historias que no están basadas en la ficción sino en la demagogia, el interés personal y la ambición de poder, a diferencia de los fabuladores que inventan historias con afanes estrictamente literarios, que mueven a pensar, a reinventar el mundo, a luchar por cambiarlo o al menos a reconstruirlo.
En su discurso, Mario Vargas LLosa reivindica las bondades y los beneficios de vivir la experiencia extranjera, el que esta nos hace no solo, afirmar nuestro sentimientos con respecto a la tierra que nos vio nacer, a su historia y a sus tradiciones, sino también valorar lo que somos como seres humanos, esa calidez y ese espíritu amistoso y acogedor con el extranjero o con el fuereño, del que no somos conscientes o nos damos cuenta si no hasta cuando salimos de este pueblo grande, en el que simplemente nos pasamos criticando al prójimo, hablando con diminutivos, mirando al costado para no complicarnos o pensando simplemente en nosotros sin comprender el valor de lo colectivo y de lo nacional. Esa experiencia que nos enriquece, hace que sobre esta tierra que nos vio nacer, se genere un sentimiento de sentimientos encontrados, por el que como bien dice Vargas LLosa, amamos, odiamos, gozamos , sufrimos y soñamos.
Resulta singular, sorprendente y conmovedor que un hombre con una influencia y un poder que no viene de la política sino del ejercicio de un trabajo intelectual, (pero que es poder al fin) desnude sin recelos ante un auditorio de miles de millones de personas, sus sentimientos, sus emociones y sus afectos familiares, con una sencillez e ingenuidad muy especial. El amor por la esposa y por los hijos, los recuerdos de familia (el trauma del padre autoritario y castrante) los amigos, el barrio, la escuela y la universidad, son cincelados de manera emotiva por el autor de La Casa Verde para coserlos en ese mosaico de país en el que nació, al que le expresa su identificación y su gratitud por convertirlo en un famoso creador de representaciones falaces de la vida, que como bien dice Vargas LLosa nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos.
Más allá de las ideas presentadas en Estocolmo o de su obra literaria en general, Vargas LLosa nos regala en este discurso, un hecho incontrastable. Estamos frente a uno de los pensadores más lúcidos de este tiempo, no simplemente frente a un escritor consagrado o a un intelectual de nota. La vitalidad de su pensamiento, la franqueza, la verticalidad de sus posiciones y la validez de sus conceptos, nos ponen frente al peruano más universal, por encima de muchos otros nombres y de otro peruano ilustre como Hernando de Soto, que alguna vez dijera que su paisano y amigo Vargas LLosa es un "hijo de puta". Un calificativo que hoy queda como floklórico y como anecdótico. Como la prueba de que los hijos de esta tierra pueden ser universales pero sobre todo auténticamente peruanos, con nevada y todo.
En su discurso, Mario Vargas LLosa reivindica las bondades y los beneficios de vivir la experiencia extranjera, el que esta nos hace no solo, afirmar nuestro sentimientos con respecto a la tierra que nos vio nacer, a su historia y a sus tradiciones, sino también valorar lo que somos como seres humanos, esa calidez y ese espíritu amistoso y acogedor con el extranjero o con el fuereño, del que no somos conscientes o nos damos cuenta si no hasta cuando salimos de este pueblo grande, en el que simplemente nos pasamos criticando al prójimo, hablando con diminutivos, mirando al costado para no complicarnos o pensando simplemente en nosotros sin comprender el valor de lo colectivo y de lo nacional. Esa experiencia que nos enriquece, hace que sobre esta tierra que nos vio nacer, se genere un sentimiento de sentimientos encontrados, por el que como bien dice Vargas LLosa, amamos, odiamos, gozamos , sufrimos y soñamos.
Resulta singular, sorprendente y conmovedor que un hombre con una influencia y un poder que no viene de la política sino del ejercicio de un trabajo intelectual, (pero que es poder al fin) desnude sin recelos ante un auditorio de miles de millones de personas, sus sentimientos, sus emociones y sus afectos familiares, con una sencillez e ingenuidad muy especial. El amor por la esposa y por los hijos, los recuerdos de familia (el trauma del padre autoritario y castrante) los amigos, el barrio, la escuela y la universidad, son cincelados de manera emotiva por el autor de La Casa Verde para coserlos en ese mosaico de país en el que nació, al que le expresa su identificación y su gratitud por convertirlo en un famoso creador de representaciones falaces de la vida, que como bien dice Vargas LLosa nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos.
Más allá de las ideas presentadas en Estocolmo o de su obra literaria en general, Vargas LLosa nos regala en este discurso, un hecho incontrastable. Estamos frente a uno de los pensadores más lúcidos de este tiempo, no simplemente frente a un escritor consagrado o a un intelectual de nota. La vitalidad de su pensamiento, la franqueza, la verticalidad de sus posiciones y la validez de sus conceptos, nos ponen frente al peruano más universal, por encima de muchos otros nombres y de otro peruano ilustre como Hernando de Soto, que alguna vez dijera que su paisano y amigo Vargas LLosa es un "hijo de puta". Un calificativo que hoy queda como floklórico y como anecdótico. Como la prueba de que los hijos de esta tierra pueden ser universales pero sobre todo auténticamente peruanos, con nevada y todo.
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