EL SANTO DE KEIKO FUJIMORI:
Soy un convencido de que carecemos de una clase política, no solo a la altura de nuestros retos y nuestras responsabilidades, sino de lo que representa el país o la palabra Perú (si quieren adornar el texto con un poco de retórica, de esa retórica con la que maquillan los políticos un país que sigue teniendo el agridulce sabor de la frustración y la esperanza). En realidad no hemos tenido nunca una clase política coherente y capaz; por eso no tenemos un concepto de nación, por eso los peruanos solo nos fijamos en el corto plazo, en los intereses personales que hacen que la cosa pública, no nos interese y signifique que no hay conciencia del valor y respeto por lo colectivo, ni cultura cívica o política; lo que hace que el peligro de que un advenedizo nuevamente nos gobierne sea real o que el que demos en lo económico, un nuevo salto al vacío o retrocedamos en lo andado (en lugar de corregir defectos) sea una posibilidad latente.
Y como no tenemos partidos políticos, lo más probable es que sigamos en lo mismo. Y no tenemos partidos políticos porque cómo el mundo enterró las ideologías, en las republiquetas o en los países del tercer mundo, el pensamiento fue reemplazado por el pragmatismo y la ética, los principios y los valores, por el dinero, la incondicionalidad o el silencio complice. Así tenemos que en el Perú o mejor dicho en la política peruana, figuras como las de Belaunde, la de Haya de la Torre o la de Mariategui resultan siendo caricaturizadas por los liderazgos actuales, de partidos políticos que no son lo que fueron o que están en una profunda crisis o son inexistentes. Y como para hacer o actuar en política en la hora presente, ya no se necesitan formar cuadros, hacer escuela o tener ideas, capacidad y liderazgo, sino simplemente dinero, audacia, hacerle el paterío a los dirigentes o tener un poco de coherencia que resalte entre tanta mediocridad existente; en el Congrezoo abundan los come pollo, los mata perros, las cobra doble, así como una serie de personajes, que buscan sacar provecho ilícito de un cargo público que tal vez no vuelvan a ocupar nunca, mientras que en otros poderes del estado, los negociados están hoy como ayer a la orden del día. Y desde que Don Ramiro Priale acuño la ingeniosa frase de que "Conversar no es pactar", los enjuagues, los negociados o los pactos debajo de la mesa (en la interna o en la externa) que son groseramente expuestos ante la opinión pública, ofendiendo la inteligencia ajena, supuestamente no existen y son más bien, por boca de sus interlocutores "un ejercicio democrático de responsabilidad política".
Ahora bien, como los partidos políticos son franquicias, que en épocas electorales como la actual, se abren de par en par o se arrodillan, ante cualquier aventurero que les dice que tiene dinero para la campaña (aunque después eso sea falso) y que lo que importan son los votos; tenemos futbolistas o cantantes metidos de políticos y gente al interior de los partidos, que no es consciente que la ciudadanía voto por Susy Diaz por joder e insisten el el valor agregado de la Tigresa del Oriente o de el Chorrillano Palacios en la política y los postulan como regidores. Y lo que hay en el fondo, no es un sitio para planes, programas o el democrático debate de ideas, sino el show mediático, la vocación por el ridículo y espectáculos como el del cumpleaños número 35 de Keiko Fujimori, donde legisladores, ex legisladores, dirigentes y figuras representativas del partido de el chino, se disfrazan, actúan, le bailan a su candidata, con candorosa alegría y sin temor al ridículo. Indudablemente estamos frente a la coreografía de la cojudez. De esa cojudez en la que se ha convertido la política peruana por la falta de institucionalidad y de partidos políticos, en el verdadero sentido del concepto. Frente al panorama que uno sufre con la indignación ciudadana de una clase política divorciada del sentido común y la solera democrática; la primera reflexión es que la nefasta experiencia de la dictadura fujimorista, no sirvió para un cambio de las formas y las maneras de hacer política, que solo fue un breve acto de contrición. Y con un breve acto de contricción y sin arrepentimiento se puede volver a pecar. Y en el Perú este pecado es original.