
AHORA QUIERE CAMBIAR MINISTROS
Yo que me confieso católico, apostólico e hincha del glorioso Sport Boys del Callao, yo que no creo que entre al cielo, aunque rezó y trato de hacer las cosas lo mejor posible, sin fregar al prójimo; no siento que Monseñor Cipriani sea el representante de Dios en el Perú y si finalmente lo es, estamos tan jodidos que no solo tenemos una clase política insufrible, sino que hasta el representante de Dios en estas tierras parece serlo pero del diablo o al menos no encarnar esa figura de paz, amor, humildad, tolerancia y devoción que debería tener como imagen de Don Pedro en la tierra.
Cipriani es más bien una figura confrontacional, osca, autoritaria, un cura con un claro perfil político y controversial, ligado siempre al poder de turno, que pretende imponer sus ideas y el dogmatismo de su fe, con una imagen de prepotencia que no se con dice con los postulados católicos. Es en ese contexto que una nueva declaración política pidiendo la renuncia del Ministro de Salud Oscar Ugarte o mejor dicho, solicitando que el presidente lo licencie, es la que generó polémica y rechazo. El Cardenal Primado de la Iglesia Católica en el Perú pretendió así plantar una cabecera de playa en su oposición a la distribución de la píldora del día siguiente por el Ministerio de Salud. Más allá del derecho del Gobierno de fijar sus políticas públicas y de la atribución presidencial para licenciar ministros, el problema es que a partir de los gobiernos democráticos nadie mostró al Vaticano su malestar por la designación de tan singular miembro del Opus Dei, en razón de no querer enfrentarse con el poder de la Iglesia y por temor a la reacción de los fieles. Y Cipriani sigue así recibiendo besos de un Alan García que se inclina hipocritamente reverente ante él.
Lo cierto es que bien haría cualquier nuevo gobierno, en frenar estas declaraciones y la actuación política de Cipriani, siendo más firme en la reacción que genera su representación y sus dichos; suprimiendo el concordato y toda esa suerte de exhoneraciones y beneficios tributarios de los que goza la iglesia católica, porque debemos en los hechos, ser un estado laico. Porque la democracia obliga a la igualdad y por tanto a marcar una distancia confesional. Allí está el ejemplo de México, un país profundamente católico, con "lupita" incluida, pero que no es confesional y es más bien firmemente laico. Al final el Vaticano es tanto o más diplomático y político que cualquier gobierno. Y con un Cipriani tan mundano y tan pecador como cualquier mortal, podemos cambiar de Curaca y ganarnos alguito del cielo.
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