La sociedad peruana es una sociedad que no se destaca por priorizar, por hacer prevalecer y por desarrollar entre sus miembros, principios, valores, normas éticas y morales. Tenemos una idea muy singular de Estado y una ausencia del concepto de nación, que se refleja en la incapacidad de construir una, en más de ciento ochenta años de vida republicana. Por lo general tenemos un doble estándar para todo y actuamos según nuestra propia, particular y personal conveniencia. En el contexto anteriormente descrito, una constante de la clase política peruana en los últimos años, es mantener un crecimiento mercantilista basado en una inversión extranjera con una normatividad bastante permisiva (y en algunos casos bastante cuestionable) con contratos-ley que no pueden ser modificados por el Congreso de la República. Es decir para el Perú, la apertura irrestricta del mercado es igual a crecimiento económico, las inversiones extranjeras y las nacionales son iguales y por tanto, en esa visión de política económica no hay sectores estratégicos y de lo que se trata es firmar la mayor cantidad de TLC posibles para jugar política y electoralmente en la interna con las cifras.
En el caso chileno, la inversión de nuestros vecinos del sur es del orden de los Siete Mil Millones de Dólares (US. 7,000'000,000.00) y esta bastante diversificada. Una inversión que es abrumadora frente a los aproximadamente Un Mil Millones de Dólares (1,000'000,000.00) de la inversión peruana en Chile. Al hacerse público el incidente del espionaje chileno, hay diversas voces que expresan que a tenor de esta inversión, las relaciones comerciales "no se pueden perjudicar", porque generan trabajo, inversión y etc. etc. etc. y que hay que tratar de llevar este incidente, lo político diplomático y lo comercial, por "cuerdas separadas".
Y lo concreto y lo real, es que el incidente de espionaje perjudica y enturbia nuestra relación con Chile, como lo perturban las significativas compras de armamento y las acciones poco amistosas de nuestros vecinos distantes, que son históricas, de vieja data y que van desde los maltratos a los peruanos de Tacna y Arica durante el periodo del cautiverio, pasando por la venta de armas al Ecuador en época del conflicto de el Cenepa y terminan en las últimas maniobras militares.
No puede haber "cuerdas separadas" en nuestras relaciones con Chile, por la conducta histórica y permanentemente agresiva de la democracia militarista chilena con el Perú, una actitud que no va cambiar en el plano comercial, primero porque en los hechos hay una relación comercial dispar y asimétrica, que nos lleva a firmar un Tratado comercial bilateral igualmente dispar, con quienes son los creadores de los TLC.
Si se quiere consagrar un tratado comercial a como de lugar, con la firma de un TLC que es desigual y oneroso para el país. Con un TLC que le da a los Chilenos (a diferencia de nosotros) la posibilidad de rechazar las solicitudes de inversión y a regular los términos y condiciones de la inversión; un TLC que acepta someter las controversias entre el Estado y un inversionista al arbitraje internacional y no a la justicia ordinaria de cada país; lógicamente se atenta contra nuestra soberanía y favorece al país que tiene mayor inversión, a los grandes capitales chilenos en el Perú, facilidades que da el gobierno aprista o sus negociadores, por el solo hecho de querer exhibir electoralmente un TLC más en su gestión.
En el marco descrito, justificar el TLC con Chile hoy, en la firma del Tratado de Montevideo de 1980 que da origen a la ALADI, es un error; en principio porque ese es un acuerdo general para la búsqueda de un Mercado Común Latinoamericano, un acuerdo de integración económica en el que no podemos enfundar nuestra compleja y singular relación con Chile ni mucho menos justificar que éste TLC (que es otro tipo de instrumento comercial, en otra época y en otras circunstancias) no pase por el Congreso. Desde nuestra perspectiva, de lo que se trata, no es de no firmar el TLC con Chile, sino del hecho de que hay que mirar las cosas dentro de la realidad actual y del criterio general y uniforme de nuestra compleja relación con los del mapocho, considerando las compras de armamento, las actitudes, la conducta y los conflictos, para que su aprobación, por tratarse de una relación o un tema que tiene a Chile como protagonista (y por tanto tiene que ver con la seguridad nacional) se de en el Congreso en medio de un gran debate nacional.
En concreto, el tema de la relación con Chile es para nosotros un tema integral que afecta a la seguridad nacional y que en el caso del TLC debe pasar por el Congreso. El incidente de espionaje debe ser visto en ese contexto, rebajando el nivel de nuestra representación diplomática. Tomar acciones soberanas y de dignidad nacional es lo menos que se puede esperar del gobierno, del Estado y de la nación. Cain y Abel también eran hermanos, tenían la misma sangre, el mismo origen y un mismo destino común.
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