domingo, 12 de febrero de 2017

N° 442 - ALEJANDRO TOLEDO

EL REFLEJO DE UN PAÍS:


Es imposible construir un país, un concepto de nación o articular una sociedad, sobre la pobreza moral de su clase dirigente y la ignorancia de sus masas. De una clase política que históricamente ha hecho prevalecer sus intereses particulares o de grupo, en medio de un discurso  que habla de democracia, de  igualdad de oportunidades y de progreso, mientras que la realidad expresa su proclividad a seguir arranchándose el  poder; a seguir manteniendo la desigualdad, la falta de institucionalidad  y la ignorancia o el clientelismo existentes en la sociedad, para seguir detentando el poder y gozando de los privilegios que significa ejercerlo, para seguir siendo esa republiqueta -que para minimizar su desgracia- se refugia en la gran cultura que heredo de sus ancestros. 

Es imposible darle al país una visión de futuro sin partidos políticos, con franquicias electorales capturadas por mercaderes de la política y por demagogos, oportunistas, aventureros o por gente mediocre, que cree que la política es "el arte del punto común y de la generalidad", el vasallaje genuflexo a los dueños  o a los caciques partidarios, para hacer "política", para ser alguien en la vida o para incrementar sus ingresos. 

Sin educación y sin ciudadanía, sin valores éticos y morales, sin principios y sin memoria histórica o capacidad para indignarse, porque se ignora el  respeto y la majestad de la cosa pública, pues el peruano esta acostumbrado a la pendejada, a la criollada, a sacarle la vuelta a la ley  -a pensar en función primero de él, segundo de él y tercero de él- esta ola de corruptelas y de corrupción que tiene hoy a Alejandro Toledo en la cresta de la ola, va a pasar rápido.

Tan rápido como pasaron las raterías y las corruptelas de Fujimori y de Alan García; tan rápido como pasaron los cinco años de Ollanta Humala cuyo slogan era "Honestidad para hacer la diferencia". Tan rápido como se evaporo la ilusión de que un lobysta adinerado, pragmático y técnico podía ser un buen presidente. Un presidente que defendiera los grandes intereses nacionales y que rechazara el que solo las ganancias de los privados - de sus conocidos, sus intereses o sus amigos- hacen prospero un país. Tan rápido como olvidan nuestros líderes descartables  sus palabras y sus promesas.  

Este es el país del gesto y de la pose, el del parecer y no ser; el del histrionismo en la política, el del cinismo creíble  que habla de honestidad y de un futuro diferente.  Este es el país en el que algo cambia para que todo siga igual. Toledo es simplemente el reflejo y la expresión genuina de un país.

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