Queda claro que este es un país surrealista. Un país con una clase política de antología. Para ser político o Congresista, ya no se necesita la visión de estadista de un Fernando Belaunde, la sabiduría de un Haya de la Torre, la sapiencia política de un Luis Bedoya Reyes, el conocimiento de un Luis Alberto Sanchez; ni la acuciosidad de un Carlos Malpica Silva Santiesteban o de un Javier Diez Canseco.
Como no hay partidos políticos sino fachadas que dan la impresión de que lo son; como hay morisquetas de partidos políticos, que hablan de que su preocupación es "el bienestar general" y no el poder ni el beneficio personal; como no hay formación de cuadros y lo que hay son cúpulas que controlan la precaria institucionalidad existente, gente que se enconcha en la dirigencia y que reparte poder a personajes que no son la expresión propia de las élites o de lo mejor para dirigir y gobernar una sociedad, por educación, conocimiento ni condiciones personales, tenemos la triste afirmación de que se gobierna en "piloto automático" o con copiloto como en la hora presente, en medio de un rápido desgaste político en un país con marcados rasgos de republiqueta.
Hoy duele decirlo, lo que hay -con contadas excepciones- es mediocridad, oportunismo, ambición de poder, gente que cree que la política es estar detrás los "líderes partidarios" o abrir la boca sobre lo que pasa en el país o defender a ultranza esta caricatura de partidos políticos o tener derechos políticos por algo que llaman "lealtad" que es vejetar o parasitar por largo tiempo en ellos sin mayor relevancia. En este escenario donde las grandes mayorías le dan la espalda a la política militante -lo que termina siendo un error que estamos pagando- la realidad es la política del día a día y la clase política o los Congrezoos que padecemos; gentes que han llegado a ser "Padres de la Patria" gracias al mercantilismo o la orfandad de la política; al dinero o su posición de privilegio en los partidos o en las provincias a las que "representan".
Y esa dinámica nos lleva a un quehacer político de liderazgos cuestionados o que no dan la talla y terminamos exacerbando los "antis" o votando por quien se considera el "mal menor". Y el problema cuando la política es solo una escalera al poder, es que el componente ético, la moralidad de la política, los valores y los principios se dejan de lado. Y lo que cuenta es ese histrionismo del que ha hecho gala siempre Alejandro Toledo y que nos regala en estos días Víctor Andrés Garcia Belaunde, para resaltar que el contrato del Aeropuerto de Chincheros es lesivo para los intereses nacionales y de paso para que la gente vea que él es un "ardoroso defensor" de los intereses nacionales.
Y el problema es también, que tenemos al "gato de despensero". Porque la clase política que controla esta fachadas de partidos y que tiene asiento en el Congreso, hace las leyes a su medida y no hay fiscalización posible y le sacan la vuelta a la ley. Y mientras que el discurso político habla de "igualdad", nuestros burócratas en el Congreso, tienen unos señores "sueldazos" a diferencia de cualquier empleado público. Y como la política es un negocio -un negocio rentable- aparecen los oportunistas de siempre. Esos que hablan contra la corrupción, contra las raterías y las pendejadas de la política y la pegan de decentes, de diferentes y de honestos, como fue el caso de los Humala-Heredia, que en un país de ignorantes, de vivir en un "cuartito" en la casa de la mamá de la Heredia, pasaron a una vida muelle y a dineros que se embolsicaron y que hoy niegan con el cinismo que da -a veces- la impunidad del poder, aunque las agendas de nadine, la lógica, el sentido común, el criterio y la justicia los termine por desmentir y los deposite en esa celda donde todos esperamos que terminen.
En este país sin institucionalidad, donde la corrupción es una institución y la pendejada o la "criollada" una virtud; donde la educación y el dinero es un instrumento para hablar de "igualdad" pero para sentirse con frivolidad diferente y satisfacer intereses personales o de clase. En éste país en el que la política es un negocio y donde a pesar de tanta corrupción y ratería con la cosa pública, bajo el pretexto de "agilizar y desburocratizar" se quita el SNIP, lo que es un grave error. Lo que se necesita -insistimos- es una revolución moral. Es darle mayor educación a las masas; es crear conciencia del valor de lo colectivo y del concepto de nación; es crear ciudadanía y ciudadanos, darle institucionalidad al país.
Es una prioridad reconstruir nuestras élites políticas y por tanto nuestros partidos políticos, no vendiendo un "emprendedurismo" que es mercantilista, egoísta y que no genera espacios de pensamiento, de ideas y de visiones de país, sino teniendo voluntad política y decisión. El problema en éste contexto, no son los Humala-Heredia, los Toledo o los Garcías de hoy. El problema es cuantos Humalas, cuantos Toledos o cuantos Garcías hay escondidos, agazapados o larvados en la política peruana esperando su momento. Cuantas plataformas políticas de oportunistas quieren obtener una inscripción para parecer partidos políticos y tentar el poder. Con estos partidos, con estos políticos y estas formas de hacer política no llegamos a ninguna parte. Vamos a seguir dando vueltas en círculo. Siendo un exceso de retórica.
Es una prioridad reconstruir nuestras élites políticas y por tanto nuestros partidos políticos, no vendiendo un "emprendedurismo" que es mercantilista, egoísta y que no genera espacios de pensamiento, de ideas y de visiones de país, sino teniendo voluntad política y decisión. El problema en éste contexto, no son los Humala-Heredia, los Toledo o los Garcías de hoy. El problema es cuantos Humalas, cuantos Toledos o cuantos Garcías hay escondidos, agazapados o larvados en la política peruana esperando su momento. Cuantas plataformas políticas de oportunistas quieren obtener una inscripción para parecer partidos políticos y tentar el poder. Con estos partidos, con estos políticos y estas formas de hacer política no llegamos a ninguna parte. Vamos a seguir dando vueltas en círculo. Siendo un exceso de retórica.