
Por sentido común, por lógica elemental, en un país como este donde lo que priman hoy, mañana y siempre son los intereses personales y la ambición de poder; donde la personalidad, el garbo y el ejercicio del liderazgo es fundamental en una sociedad con sentimientos mesiánicos, Prado como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, debió quedarse a dirigir el curso de la guerra, debió darle todos los poderes necesarios a los comisionados en la compra de armas y aglutinar a los destacados oficiales que conformaban nuestro ejercito dirigiéndose nuevamente al sur. Pero Prado se fue de incógnito en un vapor con rumbo a Panamá.
En la mañana del 21 de Diciembre de 1879 por la chismosa Lima ya corría la noticia de su partida como reguero de pólvora. El General la Cotera ordeno al Coronel Arguedas, Jefe del Batallón Artesanos de Ica que con dos compañías se dirigiera a custodiar Palacio de Gobierno, pero Arguedas desobedeció la orden: El golpe había comenzado.
Tras reconocer como único jefe a Piérola, Arguedas se atrinchera en Santa Catalina, a donde envía La Cotera al Batallón Paucarpata; el combate se extiende por todo el centro de Lima, por los alrededores de la Plaza Bolívar, por los portales de la Plaza Mayor donde la Guardia Peruana Nº 8, que tiene al propio Piérola como jefe, recibe fuego graneado desde las torres de la Catedral y desde los techos de Palacio de Gobierno.
Mientras el enemigo esta en el Sur, los peruanos se manchan con la sangre de los peruanos por el poder. Ante esta dolorosa y trágica situación y para no agravar la crisis, el Estado Mayor del Ejercito Peruano, por mediación del ciudadano Joaquin de Osma, se ve obligado a reconocer a Piérola. A un hombre que anuda victorioso un discurso efectista y patriotero, lleno de ilusión y de triunfalismo pero cuyos actos, ya en el teatro de la guerra, estuvieron alejados del interés nacional, llenos de soberbia, de autosuficiencia, de incongruencias, de incapacidad y de errores que nos costaron la derrota.
Mientras el enemigo esta en el Sur, los peruanos se manchan con la sangre de los peruanos por el poder. Ante esta dolorosa y trágica situación y para no agravar la crisis, el Estado Mayor del Ejercito Peruano, por mediación del ciudadano Joaquin de Osma, se ve obligado a reconocer a Piérola. A un hombre que anuda victorioso un discurso efectista y patriotero, lleno de ilusión y de triunfalismo pero cuyos actos, ya en el teatro de la guerra, estuvieron alejados del interés nacional, llenos de soberbia, de autosuficiencia, de incongruencias, de incapacidad y de errores que nos costaron la derrota.

Por los supuestos delitos de Prado, el Doctor José María Quimper, Ministro de Hacienda de Prado, así como Julio Plucker (un importante minero de la época que llevo a Liverpool parte del dinero en medio de mil peripecias para evitar los agentes chilenos) purgaron prisión fueron juzgados y absueltos. Si Prado hubiera sido un traidor, un cobarde y un ladrón, no lo hubiera recibido en el Callao en 1887 el Vice Presidente Morales Bermúdez, ni en su condición de Presidente del Perú, uno de los más representativos héroes de la Guerra con Chile, como Don Andrés Avelino Cáceres, en su condición de Presidente del Perú, lo hubiera visitado en su casa del Jr. Cuzco. Siendo un hombre supuestamente repudiado, el país le hubiera expresado su rechazo y su satanización, algo que definitivamente no sucedió porque se quedo un tiempo a vivir en el Perú.
Si la historia real con relación a Prado no es la negra historia que se repite sin rigor; con relación a las armas la historia no es diferente. Es necesario indicar que estas fueron despachadas al Perú durante el conflicto vía Panamá y con relación a a los barcos, es obligatorio consignar que Prado mando construir en los astilleros de Kiel en Alemania, bajo bandera griega (para despistar a los agentes chilenos) dos cañoneras, de nombre Diógenes y Sócrates. Los ingleses después de colocarles la artillería y cobrar por el servicio, inmovilizaron los barcos argumentando neutralidad. El Diógenes fue embargado por los gastos de uso de puerto de los dos navíos y el Sócrates, de 1790 toneladas, 77.90 Metros de largo, 10.10 de ancho y 5.70 de profundidad, 14 nudos de velocidad, cuatro cañones de 152mm y dos ametralladoras, bautizado como Crucero Lima llego al Perú en 1889 y presto servicios hasta 1950 cuando fue dado de baja.
Quien escribe estas líneas cree que es necesario reivindicar históricamente a Prado. Una cosa fue su grave error de dejar el país y otro esa equivocada leyenda que lo pinta como un cobarde, un ladrón y un traidor. Al final por esas contradicciones de la historia, el contrato Dreyfus suscrito por Piérola, fue oprobioso para el Perú, un negociado y un verdadero acto de traición que no se juzga en su verdadera dimensión.
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