miércoles, 21 de enero de 2009

N° 50 - DE EXPLICACIONES Y ATORNILLAMIENTOS

LOS PERUANOS, LA POLÍTICA, EL PODER Y EL SER: 

Este país es realmente folklórico, singular, anecdótico. Un país en el que el discurso político habla de igualdad de oportunidades para todos, pero que expresa una realidad llena de desigualdades, de fracturas sociales. Un país en el que discurren un Perú oficial, lleno de retórica, de gestos y de poses y un Perú informal, donde la realidad desborda la retórica y la imaginación.

En el Perú la política es de antología. No hay partidos en el verdadero sentido de la palabra, en la visión que el poder debe ser consecuencia y no causa de la acción de los partidos. No hay liderazgos docentes y que trasciendan y el pueblo apuesta por los liderazgos de medio pelo o reciclados o por los saltos al vacío. En el Perú, el poder es el eje de la acción política y todos buscan llegar para hacer y no hacer para llegar y por eso tenemos en los partidos políticos, técnicos que solo sirven para trabajar para el gobierno, para trabajar y crear riqueza a partir del puesto público, del sueldo del estado. Y habiendo una Ley de Partidos Políticos, que habla de la generación de recursos propios; hasta ahora, ningún partido, ni uno solo de los partidos políticos existentes, ha desarrollado proyectos o propuestas para autofinanciarse. Todos esperan los recursos de la manera tradicional. Aunque eso signifique vender el alma, hipotecar los principios, franquiciar y mercantilizar la política.

El Perú es un país clasista y anti democrático en esencia. Las élites políticas, económicas, intelectuales tienen una visión, un modelo de país. Una forma de vivir en el, de ejercer y usufructuar el poder. Y eso es así en todos los niveles de la sociedad peruana. Frente a la necesaria democratización de la sociedad peruana tenemos una realidad en la que cada quien ejerce sus cuotas de poder, de manera auto suficiente y autoritaria, en la medida de sus posibilidades. Y allí esta el ejemplo de lo que pasa en el APRA con su cúpula dirigencial, en un equipo como Alianza Lima, en una Asociación de Comerciantes cualquiera o en los sesgos autoritarios de García a lo largo de su gobierno.

Si uno analiza lo que ha sucedido en el país con respecto a la muerte de los policías en el Santuario de Pomác, como fue antes lo de la licitación de las camionetas para la misma Policía Nacional, lo que queda claro, es que los Ministros del Interior de éste régimen han sido un fiasco, que la Unidad de Solución de Conflictos del Primer Ministro no funciona, que el Premier Yehude Simon siendo Presidente Regional de Lambayeque no supo (teniendo información privilegiada) anticiparse al conflicto. Que en este país no estamos acostumbrados a reconocer errores y a asumir las consecuencias de ellos. Que en este país no se tiene costumbre de asumir políticamente responsabilidades. Que solemos recordar con facilidad nuestros derechos pero nos olvidamos de nuestros deberes. Y en el caso de la política, mientras más cerca del poder se este, la conducta, la actitud defensiva es más fuerte. Y nadie se preocupa ni de educar ni de crear conciencia.

Lo peor es que como no estamos acostumbrados a ser verdaderamente democráticos, como no estamos entrenados en el respeto de nuestros derechos, de nuestra dignidad como ciudadanos, como personas o como militantes; frente a conductas que pretenden entornillarse en un cargo o no dar ninguna explicación sobre actos en el ejercicio de un cargo o de su dignidad. Estas conductas parecen como algo normal o hasta reprobable desde la esfera del poder (persecución política le dicen) a partir del arte de la manipulación política. Y esa es una de nuestras diferencias con países del primer mundo, con países democráticos, con sociedades donde la institucionalidad no es de barro.

En el caso del asesinato de los policías en Lambayeque, el Ministro Hernani no asume su responsabilidad política y las explicaciones ese vergonzoso comportamiento son mamarrachentas. Esa es la pequeña caricatura de siempre de la política criolla. Frente a la actitud y falta de dignidad política del Ministro al no renunciar al cargo; se alza el recuerdo de un hombre como Don José María de la Jara y Ureta, Ministro de Fernando Belaunde, que en su segundo gobierno dio una muestra de desprendimiento y dignificación de la política, al asumir la responsabilidad que le cabía como Ministro del Interior, por sucesos que ocasionaron en el Cuzco la muerte de un estudiante y renunciar. Al final lo real es que la Policía Nacional exhibirá dos nuevos mártires, dos nuevos héroes institucionales; que probablemente se sancione a los responsables. Y que Alan García utilice el dolor y la muerte de estos custodios del orden para la retórica, la demagogia y el discurso efectista en beneficio propio y de su gobierno.

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