En medio de la agitación de mi trabajo como abogado, soy uno más de los millones de indignados por el grosero blindaje de las bancadas fujimorista y aprista al Fiscal Pedro Chavarry y eso me obliga a escribir, a recordar a mi padre y a pensar en Emil Cioran, el brillante escritor rumano francés que es una especie de padre del escepticismo y de esa visión de que la historia no sirve para nada. Un fantasma que parece perseguirnos, porque en casi doscientos años de historia venimos repitiendo los mismos errores.
Mi padre mientras caminábamos por esa Lima de los sesentas que descubrí de su mano, me solía decir que yo iba a llegar a su edad y que el país no iba a cambiar. Creo que se equivocó, no solo no cambio, esta peor. Los Luis Alberto Sánchez han sido reemplazados por los Mamanis, los Porras Barrenechea por los Vitochos y ser político ya no es un motivo de orgullo sino de repudio y rechazo. Una vez más este país muestra su fragilidad institucional, su priorización por intereses particulares o de grupo, su ausencia de concepto de nación, su falta de líderes de solera y de políticos que nos representen realmente y que den cuenta a sus electores de sus actos y sus decisiones.
Estamos lejos de ser una sociedad civilizada y democrática. Los congresistas fujimoristas tras su votación declaran sin rubor que no les interesa lo que digan sus electores con relación a sus decisiones y si la política es diálogo y consenso; hace rato que solo hay gestos y poses; hace rato que lo que prima en la política criolla es parecer y no ser . Que las caricaturas de partidos existentes, son débiles estructuras manejadas por determinadas cúpulas que solo buscan el poder subestimando la inteligencia ajena y amparándose en la ignorancia del pueblo.
Lo concreto y lo real, es que "la cuestión de confianza" fue motivada por la votación a favor del Fiscal Pedro Chavarry. Que plantearla a destiempo como resultado de los cambios o los archivamientos de la propuesta de Reforma Política del gobierno de Martín Vizcarra, le deja a la medida que puede ser constitucional, un sabor de oportunismo político. De revancha o de esa reiterada inclinación de Vizcarra de "subirse a la ola" del descontento popular para ganar aceptación, aun a costa de estar lejos de generar una imagen de estadista -que no tiene- o de político que toma decisiones a la hora precisa en el momento preciso.
El problema es que la "cuestión de confianza" en el contexto descrito, termina desnaturalizando la institución; termina empujando los hechos y la institucionalidad del país a una situación límite; peligrosa para la salud de la república y para la estabilidad del país, de modo tal que no gane nadie y perdamos todos. Lo anterior porque estamos en un sistema democrático, de equilibrio de poderes. Porque el Poder Ejecutivo no puede pedir que el Congreso le apruebe las reformas "a pie y juntillas" si es una institución que no esta sujeta a mandato imperativo. Finalmente las variables son muchas y pueden ir desde que se aprueben las reformas planteadas, pero que se mantenga la decisión sobre Chavarry, hasta quedar en una "pulseada" donde no se cierra el Congreso ni se aprueban todas las reformas porque nuestros políticos "concilian" en medio del ridículo al que nos tienen acostumbrados.
La decisión de Vizcarra no ha sido la correcta ni la mejor, porque no es él un caudillo, ni tiene partido, ni cuenta con un gran respaldo popular. El Congreso es autónomo, él está obligado a respetar su autonomía congresal. La composición de las comisiones del Congreso puede y de hecho va a cambiar en la próxima legislatura y allí se puede, se podía revisar la decisión adoptada. Independientemente de lo anterior Vizcarra pudo empujar a la calle contra la medida, apoyarse en la presión de los medios de comunicación y además, de lo anterior, ya la propia institución de Chavarry, esto es la Fiscalía de la Nación, esta ampliando o formalizando una denuncia por nuevos hechos. Todo era cuestión de tiempo. Y en política hay que saber esperar.
En toda decisión hay un precio a pagar. A lo largo de nuestra vida republicana hemos pagado, más que el precio de la derrota en la Guerra del Pacífico, el doloroso costo de lo que significo la ocupación chilena. Por nuestra desigualdad social y nuestra falta de Estado, hemos pagado una alta cuota de sangre y de destrucción a manos del terrorismo. De esa misma manera estamos pagando el alto precio de la corrupción y la falta de moral pública y de decencia política, por carecer de institucionalidad y de Estado, de una cultura democrática, de civismo y de valores sociales; al carecer del sentido del valor de lo colectivo. El problema no es constitucional, es de manejo político. Se esta exponiendo al país. Que los dioses nos sean propicios